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"La presencia de la poesía hispanoamericana en la lírica de Extremadura durante el primer tercio de siglo", en Zurgai (Bizkaia), diciembre de 1997, págs. 4-10. |
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SUMARIO
LA PRESENCIA DE LA POESÍA
HISPANOAMERICANA
EN LA LÍRICA DE EXTREMADURA
DURANTE EL PRIMER TERCIO DE SIGLO. En Extremadura,
el panorama poético durante el último cuarto del siglo XIX se halla
representado por la labor de unos escritores marcados por las actitudes
y procedimientos expresivos del Romanticismo mayoritario y, en menor
medida, por la obra de Ramón de Campoamor; esto es, a fines de siglo
el Romanticismo no ha sido desalojado por otro movimiento, no ha habido
la tensión de una vuelta, de una reacción, y éste sobrevive en sus
peores rasgos: una poesía hueca, inauténtica y ampulosa... Los tonos
declamatorios, la hinchazón, las conductas gesticulantes, que habían
alcanzado a las figuras mayores del Romanticismo (Duque de Rivas,
J. de Espronceda, José Zorrilla...) tiñen la poesía del periodo cobrando
fácilmente un gran éxito de público (recuérdese a Núñez de Arce). Aunque
parte de la producción estos escritores regionales
[1]
aparece en el siglo XX, su estética es marcadamente
decimonónica. La tendencia al patetismo en la expresión de sentimientos
íntimos alterna, con frecuencia en un mismo autor, con la finalidad
docente y los mensajes moralizantes. A Extremadura,
región periférica y mal comunicada, las corrientes innovadoras suelen
llegar con retraso. Badajoz, por ejemplo, era, en 1900, una pequeña
ciudad fronteriza y amurallada en donde lo militar gozaba de gran
prestigio (debido, en gran medida, a la tradicional y cíclica amenaza
portuguesa). La ciudad vegetaba en un ambiente calmo y cifraba su
vida cultural en bailes en el Liceo de Artesanos o en el Casino de
Señores, conciertos en los paseos con rigurosa separación de clases,
corridas de toros y representaciones de zarzuela. Este panorama
social estancado va a conocer, sin embargo, en los años que siguen
un florecimiento cultural protagonizado por un grupo de jóvenes que
consiguen aunar en torno a ellos a artistas y escritores de edades
muy diferentes.
"...jóvenes, de encontradas tendencias políticas, coincidieron
en su afán de intervenir en la vida cultural -un tanto mortecina-
de la ciudad (...) El maestro
Caballero, don José Canalejas, don Jacinto Benavente y otros prestigios
nacionales, intervinieron en diversas fiestas del espíritu. Hermoso
y Covarsí, Pérez Comendador, Aurelio Cabrera y Torres Isunza, iniciaban
sus triunfos en las Exposiciones Nacionales de pintura y escultura.
La intelectualidad
de Cáceres se agrupaban en las páginas inolvidables de la "Revista
de Extremadura". En la célebre "camilla" (del Ateneo)
debatíase, cuerpo a cuerpo, la eterna lucha entre dos generaciones.
De un lado los viejos, aferrados a sus poetas neoclásicos, a Campoamor
y Núñez de Arce, frente a nuestra bandera "modernista" con
Villaespesa y Rubén Darío. Echegaray contra Linares Rivas y el autor
de "La Malquerida". Ortega Munilla, Morote, Antonio Zozaya
y demás "cronistas" ampulosos y sentimentales, frente a
la inquieta prosa renovadora de Azorín y a la musicalidad poética
del estilo satánico de Valle Inclán en sus "Sonatas"
[2]
Los "jóvenes"
forman un colectivo bastante homogéneo y constituyen la aportación
extremeña a la Generación de Fin de Siglo nacional. Son poetas como
Gabriel y Galán (1870), Luis Grande Baudesson (1874) y Manuel Monterrey
(1877), narradores como Reyes Huertas -1887- (que se revelará como
poeta), Diego María Crehuet (1873) y José López Prudencio -1870- (cuya
labor más destacada es la filológica y crítica). Enrique Segura (Estella,
1882, afincado en Badajoz desde 1898) acompañará al grupo como testigo
con colaboraciones más esporádicas -a él le debemos un relato fiel
de la intrahistoria de la vida cultural pacense y de las relaciones
entre ellos-. En la misma franja de fechas -17 años- nacen los pintores
E. Hermoso (1883) y Adelardo Covarsí (1875) (la tardía obra de Antonio
Covarsí, el escritor de más edad del grupo (1848), pertenece al mismo
periodo; Felipe Trigo permaneció siempre fuera de estos círculos;
le separan diferencias cronológicas, ideológicas y estéticas. Es atacado
duramente por Reyes Huertas, él mismo denunció la poesía de Gabriel
y Galán como "sedante social", etc.). Junto
a ellos podrían citarse figuras secundarias, pero no desdeñables,
como Luis Bardají y Luis Chorot -poetas-, Carmen Nevado, actriz y
poetisa, Arturo Gazul y Marcos Suárez Murillo (ensayistas), Roso de
Luna, Pedro Sánchez Ocaña, Javier Sancho González... y otros cuyos
nombres no quedaron asociados a un libro o a un lienzo pero que en
su momento tuvieron un importante protagonismo en la programación
de actividades culturales (conferencias, juegos florales, exposiciones
de arte, representaciones teatrales...). Sus relaciones
personales se traducen en tertulias -en el café La Estrella, en la
Sociedad Espronceda-, en organización de actividades culturales, en
la colaboración en los mismos medios algunos de los cuales acabarán
dirigiendo (así López Prudencio en el "Noticiero
Extremeño -también Reyes Huertas- y el Correo
de la Mañana -cuya página literaria coordina E. Segura-; este,
a su vez, fue director de la Revista
de Estudios Extremeños, etc...). Si bien
cuentan con voces y perfiles propios, en sus obras pueden hallarse
rasgos comunes -temas y motivos tratados repetidamente, cierto parentesco
estilístico-, como consecuencia de la atmósfera histórica y cultural
en que viven, de un "espíritu de época" que, si no determina
el sentido de una producción literaria, lo cierto es que contribuye
a condicionarla. Frente
a las manifestaciones epigonales de una estética romántica, Poesía
regionalista y Modernismo son las corrientes que atraen la labor de
estos autores extremeños jóvenes de comienzos de siglo. Vistas en
su momento como antagónicas, ambas hunden sus raíces en el siglo anterior
y perdurarían hasta bien entrado el siglo XX. El regionalismo
extremeño es un fenómeno característico de finales del siglo XIX (que
se acentúa notablemente tras el desastre colonial). La encomiable
labor de recolección del folclore regional tuvo un trabajo paralelo
pero desigual en la obra de ciertos creadores como Adolfo Vargas,
Luis Grande Baudesson o Diego María Crehuet; sería José María Gabriel
y Galán, sin embargo, quien lograría en este terreno una obra modelo
para continuadores e imitadores. Rama desgajada del árbol del Realismo,
esta poesía se resiente del lastre retórico de sus modelos y fue considerada
por los modernistas como una manifestación del arte "viejo"
(más tarde Luis Chamizo conjugaría ambos impulsos en una obra de extraordinaria
acogida popular; la crítica ha mirado siempre con un injusto despego
estas manifestaciones regionalistas). El Modernismo
irrumpió, en cambio, con toda la fuerza de lo nuevo. Enrique Segura
ha contado el recibimiento entusiasta y unánime con que fue recibida
esta poesía: "Recordemos que así llegó un día de mayo "Azul",
de Rubén Darío. El portador de este mensaje era Manuel Monterrey (...)
Todos ingresamos voluntariamente en las filas del Modernismo"
[3]
. La visita de Francisco Villaespesa a Badajoz acabó
por inclinar la voluntad de los jóvenes poetas en esta nueva dirección
y recuerda inevitablemente el deslumbramiento ejercido por
Rubén en los cenáculos madrileños: "Francisco Villaespesa estuvo
entre nosotros una breve temporada en el otoño de 1904. Convivimos
con él e intimó con Manuel Monterrey". El Modernismo tiñe a partir de entonces la
obra de poetas y narradores. "Ni López Prudencio ni nadie pudo
evadirse de tan terrible contagio"
[4]
. El primer libro de poemas que aparece en la estela
de la nueva sensibilidad es Mariposas
azules (Manuel Monterrey, 1907), el mejor representante de un
Modernismo no regionalista en Extremadura. Si bien
sus inicios responden a la poesía más apreciada en su entorno provinciano
(extensas composiciones sobre tópicos románticos, de lenguaje rotundo
y altisonante, idóneas para el recitado), en torno a 1904-05 se produce
en su trayectoria un periodo de transición, y quizá de desorientación,
que lo sitúa finalmente en las proximidades de unos referentes nítidamente
modernos que ya no abandonará. Prologado por López Prudencio, un profesor
de reconocido prestigio en la ciudad, Mariposas
azules supuso el desembarco en la región de la corriente más novedosa
y llena de posibilidades del momento. Nuevos motivos poéticos (el
amor y el erotismo, culturas del pasado o exóticas, la bohemia...)
y una nueva instrumentación expresiva (liberación del lenguaje, culturalismo,
impresionismo, experimentación métrica...) penetrarán así en la literatura
regional (no sin resistencias, como tendremos ocasión de ver).
"¿Fuiste acaso, señora, la princesa de
Imberal? Me hizo soñar tal
estirpe vuestro gusto soberano. Quien así cuaja
un jardín con pompa primaveral debe tener el secreto
de la Belleza en su mano.
Habéis hecho del
salón del Ateneo un Versalles pintoresco en una
fiesta carnavalesca y real. La Pompadour no
tuviera en ilustrarla detalles cual los tuvo vuestro
espíritu de aristocracia ducal"
(Fragmento inicial de "La exposición
de muñecas", en Palabras
líricas, 1916).
La extensa
trayectoria de Monterrey (1903-1958) transitará por varios senderos
preferenciales siempre en los aledaños de los autores americanos o
de los poetas españoles que habían aclimatado las nuevas formas a
sus talantes poéticos específicos (Antonio Machado, Francisco Villaespesa,
Juan Ramón Jiménez...). Quizá sus mayores logros puedan encontrarse
en un Modernismo intimista, melancólico, nostálgico, que se ayuda
de un paisaje descrito subjetivamente.
¡La tristeza otoñal!... Melancolía reflejada en el
alma de las cosas... Desmayos de la alegre
luz del día... Deshojamientos de
marchitas hojas...
La soledad doliente del sendero... El crujir lastimero
del ramaje... El monótono son
del aguacero... La borrosa silueta
del paisaje...
La aridez de la selva... El incoloro vestido del jardín...
El muerto oro que el ocaso, entre
nubes vaporosas,
como un mensaje a la tierra envía... ¡La tristeza otoñal!...
Melancolía reflejada en el
alma de las cosas!... ("Sensación
de otoño", en Mariposas
azules).
Entre
los compañeros de grupo, el Modernismo impregnó su trayectoria alcanzando
tanto a los géneros en prosa (López Prudencio, con novelas ya muy
tardías: Vargueño de saudades, 1917; Relieves antiguos, 1925...), como, de modo
especial, a la poesía: Antonio Reyes Huertas (que se sumó a la corriente,
a pesar de su antimodernismo, en La
nostalgia de los dos, 1910), Vicente Neria Serrano...
"Con la sólida bravura de titanes corpulentos, con la fuerza de
Sansones, con la astucia de la araña, las arañas y Sansones
y Titanes de otros tiempos, el soberbio baluarte
de la guerra levantaban. De otros tiempos escondidos tras las brumas
de la Historia que en sus páginas
relucen, que en sus hojas se destacan, tan funestos, tan
terribles cual los hombres procelosos que en sus trágicos
periodos por la tierra pululaban" (Neria
Serrano, V. Fragmento de "La muralla", Nuevo Diario de Badajoz,
4-V-1907)
Los años
20 y 30 conocen, en España, un hervidero de tendencias que se suceden
rápidamente o se superponen. El panorama se complica aún más si pensamos
que por estas fechas sobreviven las corrientes finiseculares abiertas
al gran público. La Obra Poética
de Rubén Darío apareció en Madrid el año de su muerte (1916), Villaespesa
publica entre 1910 y 1920 un libro por año, los escritores epigonales
del Modernismo (Emilio Carrere, Gregorio Martínez Sierra) continúan
apegados a sus formas... Mientras que los poetas españoles más innovadores
(novecentistas, vanguardistas, autores del 27) conciben en estos momentos
la poesía como una superación del Modernismo en distintas direcciones,
los creadores regionales (en los que es perceptible en todo el siglo
XX un cierto desfase cronológico respecto de las corrientes en vigor)
persisten en los modelos finiseculares: Joaquín Montaner (Cantos, Sonetos y canciones...), Emilio
Martín de Cáceres (Poemas de
juventud. Antología), Miguel Muñoz de San Pedro, conde de Canilleros
(Lises de fuego, A través de la aurora...)
o Angel Braulio Ducasse (Titirimundi
sentimental, Estridencias...)
Murió la castellana. Enhiesto en la montura va el conde, que
cabalga su caballo morcillo. Está triste el buen
conde; un gesto de amargura vaga por su semblante,
al verse ante el castillo. El agua de los fosos, mal oliente y oscura, ha mirado, un momento,
al pasar el rastrillo. Las almenas semejan
la horrible dentadura de la Muerte, con
dientes distantes y amarillos.
Le pesa la armadura al joven combatiente y es fama que en
la guerra fue feliz y valiente, por paladín tenido
de la hueste cristiana. Está triste el buen conde. ¿Para qué los laureles, las parias del rey
moro, sus doscientos corceles, si ha perdido el
castillo su bella castellana? ("La
tristeza del buen Conde", en Estridencias.
Badajoz, 1936)
Los autores
de mayor interés de este periodo son, sin embargo, aquellos que unieron
las formas modernistas con otras corrientes aparentemente contradictorias
(como la poesía dialectal, en el caso de Luis Chamizo), o quienes
superaron esta influencia inicial hacia direcciones más personales
(como es el caso de Enrique Díez-Canedo). Cronológicamente,
Luis Chamizo pertenece a la Generación del 27; su fecha de nacimiento
se encuentra dentro de los márgenes señalados para el grupo (1890-1905),
así como el conjunto de su obra (entre 1920 y 1939). Su primer libro
-El Miajón de los castúos,
1921- coincide con la aparición de las primeras obras de G. Diego,
García Lorca y D. Alonso. Desde un punto de vista estético Chamizo
permanece, sin embargo, anclado al Modernismo que asimila en su periodo
de formación. El examen de su biblioteca y las indicaciones de su
amigo Eugenio Frutos (componente regional de la generación del 27)
atestiguan, sin el menor género de dudas, que el poeta se formó en
la lectura de los modernistas españoles e hispanoamericanos, sin dar
el salto a los movimientos de Vanguardia. "En ocasiones, nos
entreteníamos en puntuar -de cero a diez como ahora en el Bachillerato-
los poemas de Villaespesa y Amado Nervo. En estas lecturas llegamos
a Antonio Machado; pero hasta mi ida a Madrid no había de penetrar
yo en la nueva modalidad poética (de las Vanguardias), que a Chamizo
le era desconocida" (E. Frutos) Típicamente
modernistas son los ritmos marcados, la versificación y el léxico
(cultismos, neologismos, adjetivación...), usados tanto en su poesía
dialectal como en la escrita en castellano (las semejanzas son más
evidentes en esta última).
Contemplo tu retrato.
Los hábitos monjiles ensalzan el prodigio
de fecundos abriles que dieron a tu
cuerpo vigor y gallardía. En él estás hermosa,
tu beldad soberana tiene mucho de reina,
tiene poco de Hermana. En el sutil encanto
de esta fotografía no es tu cara una
dulce oración, ni una poesía ni tus manos trenzadas
semejan una losa de lirios y de nardos
sobre tu corazón. (...)
(Fragmento de Renunciación).
Ideológicamente
su obra está más cercana a la concepción noventaiochista de "intrahistoria":
la atracción por la vida del pueblo, por los hábitos y costumbres
de las gentes humildes, que es lo que constituye realmente, para escritores
como Azorín o Unamuno, la tradición eterna de una nación. Estamos,
por todo ello, ante un ejemplo más de "fruto tardío": el
escritor se incorpora a unas corrientes literarias con cierto retraso;
su permanencia en ellas provoca nuevos desfases. Chamizo
se somete, tanto en su poesía dialectal como en la castellana, a los
procedimientos expresivos del Modernismo. En la métrica esta influencia
se detecta en su predilección por serventesios, tercetos, silvas...
o metros como alejandrinos, dodecasílabos... Son frecuentes asimismo
los ritmos marcados que revelan una de las mejores cualidades de esta
poesía: su musicalidad. En alguna de sus composiciones se da un curioso
contraste entre el preciosismo suntuoso del lenguaje modernista y
el léxico propio del regionalismo (en la poesía dialectal tendería
a suprimir el primero).
Preludian las alondras ingenua sonatina; desciende de las
cumbres al llano la neblina -blondo crespón
oscuro de finísimo encaje- tras cuya urdidumbre
mágica, toda gris, se adivina salpicado de nácar
y de azul el celaje. Canta un gallo; la puerta del cortijo rechina. Una moza, muy moza,
barriendo canturrea mientras que los
gañanes bullen en la cocina donde la llama tenue
de un candil parpadea. (...)
(Fragmento de Amanecer de invierno).
En ocasiones,
el resultado está demasiado próximo a sus orígenes.
Dormida avenida, remanso de vida,
donde la virtud trenza en la guirnaldas de tus esmeraldas a la juventud. Busto de un poeta que aguardas la
inquieta silueta ideal que dé a tu süave poesía la clave
de algún madrigal. Aureas bordaduras de las espesuras entre las que el
sol cubre con un velo este terciopelo del suelo español. (Fragmento de Sonatina, 1918)
Iniciado
en la estética modernista, la obra de Enrique Díez-Canedo (Versos de las horas, 1906; La visita del sol, 1907; La sombra del ensueño, 1910...) sufre un
proceso de depuración similar al que puede observarse en escritores
coetáneos (como Juan Ramón Jiménez). Su poesía arranca de una tensión
entre el deslumbramiento sentido ante Rubén Darío y la búsqueda de
una modalidad propia, de una voz personal. De ahí que sea posible
encontrar caracteres contrapuestos que revelan las indecisiones de
una época de transición: influencias de Rubén, del Parnasianismo y
Simbolismno franceses, tonos neorrománticos, atracción por las formas
tradicionales (que empezaba a revitalizar el Neopopularismo)... En consonancia
con su talante, su producción presenta unos rasgos específicos como
la predilección por los objetos vulgares (un sillón, un reloj...)
y por los paisajes urbanos, el tono humorístico o levemente irónico
que se acentúa en los epigramas y un acento discretamente intelectual.
Veamos una muestra de sus primeros poemas:
Viendo volar a la
cigüeña -grande, tranquila,
¿no lo ves?- con el cantar mi
mente sueña de Murasaki el japonés. "Fía tus versos
amorosos a la cigüeña, cuyo
vuelo, con caracteres misteriosos, los deja escritos
en el cielo". Es de un amor embajadora y acaso va, tras
largo viaje, ante mis ojos, portadora de un melancólico
mensaje, trazando el ave
peregrina frases del dulce
soliloquio de una musmé graciosa
y fina en un jardín azul
de Tokio; de un soliloquio
que tuviera como aromáticas
volutas de humo de té, con
la ligera cadencia de las
naga-utas, y que dijera la
constancia, los arrebatos y
abandonos de un pasión en
una estancia que adornan luengos
kamemonos. (De Versos de las horas).
Como dijimos,
la renovación no se llevó a cabo sin resistencias. Aunque las manifestaciones
de la nueva literatura mostraron un alto grado de diversificación,
tanto las críticas más abiertas como las más viscerales anotaron como
rasgo común en todas ellas una actitud "iconoclasta" contra
la tradición. Este reproche entraba en contradicción con el que subrayó
la incoherencia de proclamarse modernos y en cambio rescatar a creadores
de épocas pasadas como modelos estéticos o como fuentes de inspiración.
Naturalmente los críticos estaban identificando en la primera de las
estimaciones reprobatorias tradición literaria con estado literario
del momento, porque lo verdaderamente doloroso para los "viejos"
era la unánime rebeldía contra el panorama literario en el que los
jóvenes irrumpían, la tradición literaria aún viva y en vigor. La
sensación más extendida entre ellos fue, por esta razón, la de ingratitud,
"la tan manida oposición de los modernistas a la tradición hay
que colocarla en su justo lugar y distinguir [...] entre oposición
a la tradición literaria española, contra la que hay muy pocos testimonios
explícitos, y oposición al estado literario consagrado, a la realidad
literaria consagrada del momento, contra la que sí proliferan las
quejas y reproches" (Celma Valero, Op.
cit, pág. 34) En la
práctica, la crítica antimodernista, sin distinguir a menudo entre
creadores de primera fila y la multitud de imitadores cuyas extravagancias
invitaban a la ridiculización, se manifestó de dos modos: el ensayo
y la creación paródica. En unos artículos ya clásicos Martínez Cachero
analiza algunos de los ataques de la crítica antimodernista más relevante.
Para Gómez de Baquero -recoge el citado crítico- los defectos más
notorios eran el descuido formal y la inanidad, y aun perversidad,
temáticas. "El caso es que para algunos no hay otra poesía posible
que una poesía gris, nebulosa, de ensueño, en que sentimientos e ideas
aparezcan vagamente esbozados, poesía desengañada y escéptica [...]
poesía de un sentimentalismo enfermizo unas veces, otras de una "pose"
de crueldad pretenciosa y refinada a estilo del Renacimiento, poesía
anárquica, sin ideales conductores, entregada a la mudanza de los
estados del alma" Ruiz Contreras
subraya el culto malsano a la selección del léxico por su valor fónico,
"Clarín" ataca los errores gramaticales y la perturbadora
mezcla de tonos sacros y paganos, Emilio Ferrari destaca la ininteligibilidad
de la nueva poesía y el esteticismo a ultranza ("Pretendiendo
divorciar a la belleza del bien y de la verdad, accidentes los tres
de una misma substancia"), la artificiosidad, la vaguedad en
la expresión, los "disparates métricos", el afán de novedad,
la rareza ("por medio de un paganismo alquitarado y sutil, bulevardiero"
o "por medio de las pantomimas sacras")... Como decíamos,
estos ataques se resolvieron en otras ocasiones a través de la caricatura:
"Mézclese sin concierto, a la ventura, el lago, la neurosis, el delirio,
Titania, el sueño, Satanás, el lirio, la libélula, el ponche y la escultura"
(Emilio Ferrari. Por
mi camino, 1908)
Como ocurre
a nivel nacional, en Extremadura encontramos numerosas muestras de
un antimodernismo comunicado mediante la crítica o la parodia. Más
arriba citamos la posición de Antonio Reyes Huertas (quien había cedido
a la moda en uno de sus poemarios, La
nostalgia de los dos, 1910) frente a las manifestaciones de la
nueva literatura, bastante dura aun cuando éstas procedían de un compañero
y amigo:
"Tengo ya empacho de luna, de jardines
neblinosos, de otoños suaves, de fuentes y de amadas pálidas incorpóreas
que deben errar allá por los espacios imaginarios.
Yo quisiera que este Monterrey modesto, humilde, con un alma
grande y un gran corazón tomase otros rumbos más trillados, es verdad,
pero más seguros. Que cantase la vida esta de nuestra provincia, sin
hadas misteriosas, ni jardines con luna, ni fuente con linfa, sino
vida tranquila y apacible o la bulliciosa y agitada, pero la vida
verdad, la vida que vemos, con amores concretos, con dolores propios,
con alegrías características. El Naturalismo bien entendido ha sido
siempre el principal mérito del arte.
Precisamente del empacho de Febos, de Dianas, de Ceres, de
Eolos, etc., etc., que eran convencionales, nació el Romanticismo
que se acercó más a la realidad que el clasicismo rígido y frío de
aquellos espíritus leguleyos" (Reyes Huertas.
A. Reseña de Lira provinciana,
en Noticiero Extremeño, 2-XII-1910)
La posición
crítica más comprensiva para con los autores jóvenes está representada
en la región por José López Prudencio quien, al prologar el más novedoso
y brillante libro de Monterrey, Mariposas
azules, tiene buen cuidado de distinguir entre un modernismo moderadamente
innovador en el que sitúa a Monterrey ("un romanticismo, depurado
de aquellas furiosas impetuosidades que fatigarían el reposado y negligente
espíritu moderno") de las manifestaciones más radicales y perturbadoras:
"Esos artistas que han tomado como emblema de su vida
el hastío excéptico [sic] y estéril, más fingido que sentido, no tienen
de común con Monterrey, más que la semejanza en ocasiones de los medios
artísticos [...] Toma de la nueva tendencia literaria lo indiscutiblemente aceptable,
la riqueza de la métrica, lo vago y apacible, pero intenso y profundo
de las sensaciones que produce la realidad y lo muellemente emocional,
que tienen las idealizaciones indeterminadas de las aspiraciones a
los ideales"
(López Prudencio, J. Prólogo a Mariposas
azules) La nueva
literatura se vio atacada también desde posiciones visceralmente conservadoras:
"Y cierto, no es
español ni está ni estuvo en el genio de nuestro pueblo, ni arraigó,
ni quiera Dios que arraigue en la vida española, ese Arte que en la
historia lleva el nombre de "pagano" y de "renaciente";
divinización de la materia, falseamiento de la belleza, corruptor
de la vida, escándalo del género humano, faro del demonio, ruina del
pueblo y perdición eterna de las almas.
¡No! No es español
eso del "Arte por el Arte" que en suma es, prácticamente,
el arte del desnudo material y moral en la forma plástica... y en
las ideas y en las costumbres.
La España católica o tradicional, los católicos españoles,
nuestros padres rechazaron siempre esas desnudeces paganas y renacientes
¡y con más ahínco y severidad cuanto más seductoras, ya que con verdad
objetiva no podamos decir que más artísticas!"
(Sánchez Asensio, en Diario
de Cáceres, 9 de agosto de 1912)
La parodias,
por último, sintieron una especial predilección por los aspectos más
novedosos y chocantes (nuevas estructuras métricas, neologismos, referencias
culturales, rimas anómalas...).
La plata de la luna
prestigia el tejado. Un gato y una gata junto a la chimenea, maullan añoranzas
invernales. Al filo de la aurora, que alborea, un aguerrido y "suculento"
gallo sobre un montón de leña trompetea. La señorita Primavera despierta, se estiranca,
parpadea, y, saltito a saltito
-como en el Boticelli- se encamina a la aldea. .....................................................................................................
El sol su sinfonía preludia por las cumbres, d'el aldea se desprenden
los humos de las lumbres que "pucherantes",
crecen [sic] "flatulentas" legumbres.
Los pajarillos cantan, las nubes se levantan, los "agri-productores"
el desayuno yantan; salen, multiveredean,
y en el campo se plantan"
(Soriano, Eloy. Fragmentos de
Introito)
[1]
Son poetas
como Juan N. Justiniano y Arribas (atraído por los temas míticos
y patrióticos: Roger de flor,
Cristóbal Colón, Hernán Cortés...), Enrique Real Magdaleno (Primeras composiciones, Ecos románticos...), Luis Moreno Torrado (Explosiones del sentimiento, Exhalaciones del
alma...), José Díaz Macías (Los
hijos del mar, La huelga. poema social...)
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Año 2003 -
2004
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