Manuel Simón Viola.

"Los géneros narrativos en Extremadura durante el siglo XIX", en Con eñe, nº 9-10, 2000, págs. 20-25.


SUMARIO


          LOS GÉNEROS NARRATIVOS EN EXTREMADURA

   El periodo correspondiente al primer tercio del siglo XIX presenta en España un árido paisaje narrativo, cuyas causas son, en gran medida, de naturaleza histórica (absolutismo fernandino, imposición del gusto neoclásico, presencia de una fuerte censura), hasta el punto de que el protagonismo corresponde, por estos años, a las traducciones de novelistas extranjeros (Walter Scott, Víctor Hugo) que se convertirán en modelos confesados de las primeras novelas históricas románticas. Las escasas muestras de narrativa española adolecen de una pobre calidad, pero traen inseminado, sin embargo, el fruto de corrientes narrativas posteriores: manifestaciones de un costumbrismo satírico y político (fuente de la literatura costumbrista romántica), novelas morales (embrión de la novela de tesis) o novelas sensibles (germen de la novela sentimental) [1] .

   Durante el Romanticismo asistimos al desarrollo de tres corrientes dominantes: la novela histórica y sus derivaciones, la novela de folletín (social, de intriga o aventuras y de costumbres) y la novela sentimental, destacando la primera de ellas como la más identificada con la estética y el espíritu románticos. Tras la revolución de 1968, aun cuando varias de las corrientes citadas prolonguen su existencia, se abre el periodo correspondiente al desarrollo y apogeo del Realismo y del Naturalismo.

   A este panorama nacional, sólo esbozado aquí, los narradores regionales, con una aportación modesta pero no desdeñable, ofrecieron muestras (bien mediante la demorada amplitud de la novela o la obligada concentración de la narración breve) de casi todas las tendencias narrativas mayoritarias: novela histórica y otras modalidades narrativas emparentadas con ella (parodias del propio género, “novela histórica de aventuras”...), cuadros de costumbres (insertados en novelas), folletines sentimentales o de intención moralizante, relatos de transición entre Romanticismo y Realismo, novelas y relatos realistas y naturalistas...

   Las primeras manifestaciones narrativas de autores extremeños en estos años deben ser consideradas como secuelas de la novela histórica romántica que había alcanzado su momento cumbre (y empezaba a mostrar signos de agotamiento) con El señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco [2] . En la segunda mitad del periodo correspondiente al desarrollo de la novela histórica se sitúa la trayectoria de Gabino Tejado y Rodríguez (Badajoz, 1819-Madrid, 1891), autor que compaginó este género con la poesía, los cuadros de costumbres y aun con el drama histórico [3] . Como novelista dio a la estampa numerosos títulos: El caballero de la reina, 1847; Víctimas y verdugos. Cuadros de la Revolución francesa, 1859 (adaptación muy libre de un original francés) [4] ; La mujer fuerte, 1859 (de la que se hicieron seis ediciones más); Mundo, demonio y carne, 1878 y otros muchos títulos [5] .

   En las lindes finales del tramo cronológico de esta corriente se sitúa el arranque de la trayectoria de Carolina Coronado (1820-1911), cuya producción novelesca abarca de 1850 a 1880, años que se corresponden con las manifestaciones epigonales del Romanticismo y del pleno desarrollo del Realismo en España. No es extraño, por ello, que junto a relatos históricos (Jarilla, La Sigea) encontremos en su obra parodias del propio género (Paquita, una novela corta de 1850) y relatos de ambientación contemporánea (Adoración, La rueda de la desgracia). Ciñéndonos a las novelas de ambientación histórica [6] , es preciso decir que la Coronado se suma, con ellas, al modelo narrativo romántico por antonomasia que, por los años de composición de la primera novela, ya había dado sus mejores frutos. Como en la mayor parte de novelistas españoles, sus relatos presentan un universo histórico en el que son los personajes imaginarios (o la vida imaginaria de personajes históricos) quienes sustentan el peso de la trama. Su notorio desinterés por una documentada reconstrucción del contexto (sustituida en sus novelas por descripciones paisajísticas o efusiones líricas) sitúan los relatos en la periferia del género. Es cierto que en ellas se evocan periodos pretéritos y lugares reales reconocibles: en el Renacimiento portugués se sitúa la historia de doña Francisca de Ovando (Paquita), su relación con el poeta Sá de Miranda..., pero el desenlace de la novela (la protagonista es asesinada brutalmente por su propio marido, el duque do Novomondo) desvela que sus intenciones están muy lejos de la reconstrucción de un tiempo pasado. En La Sigea (1854) “volvemos al Portugal de Juan III, del Infante Cardenal don Enrique, del valido Castanheira, del gran momento de auge de la Inquisición portuguesa, de la infanta doña María, de la reina madre Catalina de Aragón, del rico mundo cortesano, galante y renacentista de la corte lisboeta, de las gloriosas aventuras de la flota portuguesa allende los mares, del carácter apasionado y noble de Luis de Camoens, de la fortaleza de espíritu y serenidad de ánimo de la preceptora y humanista española Luisa Sigea, ya que su vida en la corte portuguesa es el motivo central de lo que se cuenta en esta novela” [7] , pero de nuevo el objetivo de Carolina no es la nostalgia de un “espíritu de época” que se proponga recuperar, sino que “sus intenciones al escribirla -sin documentación histórica- siguen siendo las mismas que en anteriores relatos, el dar salida a su lirismo contenido y a su necesidad de protesta contra lo que repudia: las vanidades del gran mundo, las ambiciones de poder, la consideración indigna que sufren las mujeres como intelectuales y como esposas, la moda pastoril, el fanatismo religioso” [8] .

   De todos sus relatos [9] , Jarilla fue el que mayor acogida tuvo desde su aparición (publicada en 1850, fue reeditada en 1873 -y traducida entonces al inglés y al portugués-, en 1920 y en 1943). Ambientada en Extremadura, la novela elige un acontecimiento histórico en torno al cual organizar su trama: Don Juan II, rey de Castilla, al frente de un poderoso ejército sitia Alburquerque en donde se han rebelado el Maestre de Santiago (don Enrique) y su hermano don Pedro. El soberbio don Álvaro de Luna manda las huestes del rey. La reina de Aragón, doña Leonor, convence a sus hijos de que abandonen la plaza.

 Si en su última novela extensa, La rueda de la desgracia (1873), Carolina se desprende de gran parte de las influencias románticas para aproximarse al terreno de las nuevas manifestaciones realistas (reflejo de una realidad contemporánea y cotidiana, atención al paisaje, tesis...), Adoración (1850) es aún un relato de tránsito que combina motivos y tipos de filiación romántica (el desengaño amoroso, la enfermedad, la muerte buscada) con una ambientación contemporánea (el Madrid aristocrático y burgués que ella tan bien conocía).

   Características muy similares presentan las novelas históricas de Vicente Barrantes (1829-1998). Ambientada en las ciudades castellanas comuneras, Segovia, Ávila y Toledo, Don Juan de Padilla (1855-1856) [10] inicia su acción el lunes de Pentecostés del año 1520 cuando el rechazo generalizado a Carlos V empieza a quebrarse con la aceptación entre la nobleza de las primeras regalías y nombramientos. El enfrentamiento entre comuneros e imperiales (sic) culmina, en la novela, con la decapitación de Padilla en Villalar, pero de nuevo corresponderá un protagonismo mayor a personajes imaginarios como Abacuc, el malvado judío traidor a los comuneros, o la fiel Sara que recorre Castilla con su hijo hambriento. Como continuación de este relato, Barrantes publicó en 1857, sin contratiempos con la censura en esta ocasión, La viuda de Juan de Padilla [11] , en donde se relata la resistencia en Toledo de doña María Pacheco, muerto ya su esposo y derrotadas las ciudades comuneras.

    La región contó, por último, con las narraciones (algunas de asunto mitológico o bíblico), notoriamente rezagadas en el tiempo y de menor talla literaria, de Publio Hurtado (1860-1929), que el escritor cacereño fue publicando de modo especial en la Revista de Extremadura: Alonso Golfín, leyenda histórico-novelesca, El arquero de Licoln, La batalla de Zalaca, Kinza, Alfira la gitana, ambientadas las dos últimas en la Extremadura árabe...

   Los primeros años del nuevo siglo están marcados, como es sabido, por las innovaciones que aportan a la novela los narradores del 98 y del Novecentismo. Los novelistas más leídos son, sin embargo, los escritores que prolongan el Realismo y el Naturalismo, más o menos contaminados por las nuevas corrientes y, junto a ellos, un grupo de autores coetáneos o más jóvenes que perseveran en las fórmulas narrativas decimonónicas en un gran número de obras y tendencias que la crítica no ha conseguido clasificar satisfactoriamente -la dispersión terminológica es enorme-. Las corrientes más transitadas fueron [12] un Realismo sin contenido ideológico que deriva hacia un costumbrismo localista y adquiere un aspecto de retorno a los inicios del movimiento (Antonio Reyes Huertas) y un Naturalismo, veteado muchas veces de un modernismo decadente, que se aplica con frecuencia a temas sexuales apoyado en ideales progresistas o libertarios (el maestro indiscutible de esta corriente es Felipe Trigo,  que atrajo a escritores como Salvador Rueda o Emilio Carrere).

   Tanto Trigo como Reyes Huertas, los mejores narradores del periodo, tan alejados en sus posiciones ideológicas y en sus peculiaridades estilísticas, comparten una concepción de la literatura como “arte útil”, capaz de contribuir a la formación de una conciencia colectiva y a crear estados de opinión. Ambos proponen pautas de relaciones sociales, nostálgicas del pasado (Reyes Huertas) o deseosas de una transformación profunda de un estado de cosas (Felipe Trigo). En la estela de sus propios modelos (sus respectivas manifestaciones narrativas, realistas y naturalistas, tienen desde el principio un aire de madurez que procede, sin duda, de su condición de obra rezagada con numerosos referentes en el pasado), los puntos de vista personales, las adhesiones y rechazos ideológicos se expresan comúnmente por boca de uno o varios personajes que intervienen en el relato. Además de las repetidas denuncias de Trigo (su primera novela, Las ingenuas, se publica en 1901) contra el caciquismo, el oscurantismo religioso, el marasmo social, la discriminación de la mujer..., las aportaciones más novedosas de sus relatos residen en la intensa disección de los sentimientos, de los impulsos sexuales, de las emociones reprimidas o negadas, en el trazado minuciosísimo de evoluciones sicológicas graduales...

   Aunque su inicio como narrador es más tardío (Los humildes senderos, compuesta en 1917, aunque publicada en 1920, tras Lo que está en el corazón, 1918 y La sangre de la raza, 1919), Reyes Huertas optó por modelos más tradicionales (el primer realismo, benévolo y pintoresco, de Fernán Caballero). Más atraído por el entorno que por la intimidad de los personajes, Reyes Huertas denuncia la postración regional atribuyéndola a la abulia y la condición acomodaticia de una clase social acaudalada sin iniciativas de interés social, la avaricia de los potentados ansiosos por acumular dehesas que nunca han de explotar, la corrupción del sistema político cimentado en acuerdos en la sombra y en la compraventa de votos, el caciquismo, la ineficacia de los políticos regionales, el absentismo que ha provocado la aparición de unos patronos más avaros (administradores fraudulentos, arrendatarios que esquilman las tierras)... [13]

   Cercano a novelistas como Pedro de Répide y Ricardo León (Casta de hidalgos, 1908), José López Prudencio (Badjoz, 1870-1949) es autor de tres obras narrativas (Vargueño de saudades, 1917; Relieves antiguos, 1925 y Libro de las horas anónimas) estructuradas en cuadros costumbristas que evocan ambientes y paisajes de la vieja Extremadura, con predilección por el siglo XVI (del que era un profundo conocedor), en un tono lírico y nostálgico. Apoyado en documentos de época y cimentado su mundo en fuentes librescas, emplea una prosa cercana a la de los viejos escritores del siglo de oro, arcaica y castiza, con superficiales adherencias de un Modernismo revitalizador del pasado que rechaza, por pertubadoras, las manifestaciones más radicales de la nueva estética (decadentismo, actitudes antiburguesas, cosmopolitismo, bohemia...). 

   Los años veinte y treinta están marcados por un “espíritu de época” que hizo los escritores se decantaran de un modo preferencial por el ensayo, una propensión que encontramos en los mejores prosistas del periodo tanto a nivel nacional (Eugenio d’Ors, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset...) como regional (Pedro Caba, Francisco Valdés, Pedro Romero de Mendoza, Tomás Martín Gil...). Cronológicamente, Francisco Valdés (Don Benito, 1892-1936) se sitúa entre los componentes de más edad del Veintisiete (Pedro Salinas, 1891; J. Guillén, 1893), circunstancia que le convierte, junto a su sólida vocación lectora y a su permanencia en los ambientes universitarios madrileños durante la segunda y tercera décadas de siglo, en testigo y protagonista destacado de uno de los periodos más brillantes de la literatura española.

   Además de su copiosa obra ensayística [14] , Valdés (Don Benito, 1892-1936) es autor de una colección de estampas, cuya versión definitiva, Ocho estampas extremeñas con su marco, apareció en Madrid en 1932. Vinculada con buena parte de la prosa finisecular no estrictamente narrativa, las estampas valdesianas podrían relacionarse con ciertos antecedentes como son los casos de Unamuno (Poemas de los pueblos de España, Andanzas y visiones españolas), José María Salaverría (Tránsito por Extremadura) o Gregorio Marañón ("Viaje por Extremadura"), por citar ejemplos de atenciones a Extremadura, y, claro está, con los casos de Azorín y Miró.

   La misma tendencia hacia el cultivo preferencial del ensayo encontramos en Pedro Caba (Arroyo de la luz, 1900), cuyo pensamiento, cercano a Unamuno y Ortega, adopta posturas muy personales. Interesado especialmente por el hombre en el mundo y por sus relaciones con los demás, sus argumentaciones son desarrolladas en obras muy voluminosas: Misterio en el hombre (Madrid, 1952), Sobre la vida y la muerte (Melilla, 1953), Filosofía del libro (Madrid, 1957)... y muchos otros títulos.

    Tras un prolongado olvido, los críticos han vuelto sobre su obra de creación para subrayar su indudable calidad literaria, destacando, en especial, el primer título: Las Galgas (1934) "...una novela singularísima, excepcional por su planteamiento en unos años escasamente brillantes en la narrativa española" [15] . Próximo en sus novelas y relatos a las preocupaciones noventaiochistas (tradición-modernización, razón-sentimiento, ciencia-vida...), su expresión se halla más cercana a otras tendencias que Caba trata de armonizar: la prosa ensayística que tiene como modelo a Ortega y la literatura vanguardista que sigue las huellas de Gómez de la Serna. El rasgo más llamativo de esta doble herencia es el empeño por mostrar las cosas bajo una nueva luz mediante la acumulación de imágenes insospechadas y nítidamente modernas ("siempre lanzaba la realidad por la curva de las metáforas con la vaga esperanza de su dislocamiento").

     A pesar de los graves obstáculos (predominio de traducciones, auge de las biografías más o menos noveladas de gran acogida popular, estricta censura, incomunicación con el exterior, falta de maestros...), durante los años 40 asistimos a un proceso de recuperación que finalmente dejará un número de novelas superior al de décadas anteriores y algunos títulos de calidad notable. La dirección dominante fue, en todo caso, un neorrrealismo áspero y amargo, en ocasiones bronco y brutal (tremendismo) que, aun con ciertas reacciones airadas de los sectores más conservadores, se impuso en el gusto del público y fue acogido con aceptación por parte de la crítica. Frente a esta tendencia mayoritaria, que atrajo tanto a los escritores mayores (Fernández Flores, Ignacio Agustí o Zunzunegui) como a los jóvenes que comenzaban por entonces (Cela, Carmen Laforet, Torrente Ballester), otra corriente, claramente minoritaria, fue la iniciada por La quinta soledad (1943), de Pedro de Lorenzo (1917), quien persistiría en esta senda con Tu dulce cuerpo pensado y La sal perdida (ambas de 1947), y aunque pueda citarse alguna otra muestra de esta tendencia, un intimismo poético que se remansa en fragmentos prosísticos o poemas en prosa, con una cuidadosa atención formal [16] , “acaso Pedro de Lorenzo sea postulador y único miembro, al mismo tiempo, de semejante línea estética entre los jóvenes del momento” [17] . El novelista extremeño hubo de enfrentarse, no sólo a este panorama estético reacio a la densidad intelectual, al cuidado estilístico y a la fantasía, sino también a una censura que, en contra de los habituales reproches morales, vio en su primera obra una intolerable acusación al régimen (un hombre, detenido y encarcelado en zona nacional, muere en la enfermería de la prisión cuando había sido cursada la orden de libertad) [18]

   El realismo social atrajo, en los años cincuenta y sesenta, a la mayor parte de narradores regionales: Juan José Poblador (Pensión, 1958; Canal, 1961), Víctor Chamorro (El santoy el demonio, 1963; El adúltero y Dios, 1964; La venganza de las ratas, 1970...), Cándido Sanz vera (El sabor de la miseria, 1973)... Las características comunes de estos autores, que conforman la aportación extremeña al realismo social, fueron el pacto con la realidad (el historicismo), el compromiso y la denuncia. Los supuestos ideológicos personales darían base para distinguir entre una narrativa social, una narrativa política (en la que las tesis de oposición al régimen son más expresas) e incluso una narrativa religiosa de inspiración cristiana, que denuncia una realidad deplorable, pero suele ser individualista y muestra su piedad por casos aislados [19] . En cualquier caso, parece evidente que un “patrón de época” imantó hacia sus postulados a los escritores de estos años, urgiéndolos hacia una narrativa testimonial, desde una perspectiva ética y cívica, en donde la realidad vulgar y cotidiana, sin apenas estilización (el talón de Aquiles de esta corriente), era convertida en realidad artística. Mediante personaje colectivo o representativo, se aspira a un reflejo de la sociedad haciéndose eco de sus contradicciones y tomando partido por los más desfavorecidos, al tiempo que se critica en unas ocasiones la desigualdad y la injusticia o se proponen, en los casos más extremos, transformaciones radicales y aun revolucionarias.

 Condicionada por similares circunstancias históricas a las de la década anterior, la novela perseveró, en los años setenta, en una práctica crítica, aun cuando exhibiera un mayor cuidado formal (estructuras, perspectiva, personas de la narración, estilo...), en una corriente de transición (el paso del tiempo despojaría finalmente a la novela de esta función civil y “política”), que bien pudiera recibir el epígrafe de “una nueva expresión para el compromiso”. La ruptura con este enfoque llegó, en la región, con la obra de José Antonio García Blázquez (Plasencia, 1940) quien situó resueltamente su obra narrativa, desde sus inicios [20] , en un ámbito por completo distinto, que evidencia, incluso, un cambio radical en la función del arte. Desprovistas de supuestos ideológicos previos, de mensajes y moralismos, sus novelas erigen un universo singular que desarrolla, como variaciones de una melodía, ciertos motivos recurrentes que confieren a sus relatos un mismo aire de familia: la iniciación sexual vivida como un juego ritual cargado progresivamente de crueldad, la obsesión por el regreso (a la casa de la infancia, a los paraísos perdidos) de unos personajes que avanzan “heridos por el pasado, agentes de la degradación, hacia una solución improbable” [21] , las taras hereditarias y educativas, los espacios de la decadencia en que se acentúan el refinamiento y la inmoralidad, el mundo exterior concebido como una amenaza, etc.

   Los últimos años han sido testigos de la irrupción de numerosos narradores, cuya trayectoria es imposible reseñar en estas páginas, que configuran un panorama intrincado, prolífico y prometedor (José Antonio Gabriel y Galán, José María Beremejo, Gonzalo Hidalgo Bayal, Luis Landero, José A. Ramírez Lozano, Agustín Villar, Justo Vila, Eugenio Fuentes, Manuel Vicente González, Alonso Guerrero, Jorge Márquez, Francisco Vaz Leal, Javier Cercas, Javier Alcaíns, Julián Rodríguez, Javier Rodríguez Marcos, Adelaida García Morales, Piedad Silva, Dulce Chacón...), llegando a desplazar el tradicional prediminio de la lírica en nuestra región (por el contrario, asistimos durante estos años a una tendencia inversa: la novela y el relato han atraído hacia sí a autores que se revelan como poetas o dramaturgos). Las trayectorias abiertas y en curso de gran parte de estos narradores, empecinados en sus predilecciones temáticas y formales o permeables a influencias externas impredecibles (que, ya se sabe, no ocasionan los cambios, sólo los confirman), invitan a demorar cualquier juicio de valor, pues el dictamen crítico inmediato puede que tenga más que ver con las insidiosas preferencias personales que con el severo veredicto del tiempo. El hallazgo de la obra genial, que tanto prolifera en la recensión periodística, de la obra que “escrita en un tiempo preciso, escapa de su pequeña historia singular y textual para pertenecer a todos los momentos de todas las épocas sin ser exclusiva de ninguna, que propone nuevas significaciones para sucesivos lectores, que contiene en sí misma su propio alimento futuro y se perpetúa en ejercicio constante de autofagia, que se acomoda a todas las circunstancias y a todas las necesidades de la razón o de la pasión, azuzando a la segunda y sin someterse nunca por completo a la primera” es posible que no pase de ser un reconocimiento ilusorio, puesto que “su esencia literaria la sitúa en el pasado y su excelencia literaria la proyecta hacia el futuro, de modo que, en nuestro caso, no caben preocupaciones: si de pronto apareciera el genio, no estaríamos en condiciones de reconocerlo” [22] .

 

 



[1] Un documentadísimo análisis de la producción narrativa de este periodo puede encontrarse en Román Gutiérrez, I. Historia interna de la novela española del siglo XIX. Sevilla, Alfar, 1988. Tomo I, cap. II, págs. 69-124. En él la autora recoge los epígrafes citados de Juan Ignacio Ferreras, cuestionando la existencia en España de una “novela de terror” y una “novela anticlerical”, que en Extremadura no, por lo demás, tuvieron cultivo alguno.

[2] Dejamos fuera de este marco el Sancho Saldaña (1834) de Espronceda, compuesto casi dos décadas antes de las primeras manifestaciones de Carolina Coronado y Vicente Barrantes, autores que ejemplifican con sus respectivas trayectorias el acostumbrado desarrollo de una tendencia literaria (la narrativa histórica romántica en este caso) en áreas periféricas, siempre notablemente desfasada en relación con las corrientes nacionales.

[3] La herencia de un trono y La niña de Gómez Arias (ésta última, refundición de una obra de Calderón de la Barca), ambas de 1848.

[4] Como muestra del talante ideológico del narrador véase la siguiente cita de las “Cuatro palabras del editor” [el propio Tejado] puestas al frente del relato: “Entre los asuntos favoritos del género pernicioso de novelas a que se oponen las ya publicadas y las que en adelante se publiquen por EL AMIGO DE LA FAMILIA, figuran muy principalmente apologías del inmundo y brutal drama llamado “Revolución francesa”. Podríamos citar multitud de obras, demasiado conocidas por desgracia del público español, consagradas a exaltar como heroicos y casi santos a los sanguinarios autores y cómplices de aquella catástrofe espantosa. Este género de obras ha sido uno de los medios más empleados por el genio del mal para falsear la verdad histórica, para hacer amables la impiedad, el espíritu de insurrección y todos los demás principios antisociales proclamados por la revolución de Francia, cuyo influjo continúa siendo explicación principal de los más graves trastornos que hoy afligen a las sociedades modernas”.

[5] El ahorcado de palo, Natalia, Un encuentro venturoso, El médico de aldea, Mi tío el solterón, Antes que casar... Vid. Ferreras, Juan I. Catálogo de novelas y novelistas españoles del siglo XIX. Madrid, Cátedra, 1979, págs. 395b y 396a.

[6] La producción de Carolina Coronado es más extensa: “hasta diecisiete títulos [...] son los que Torres Cabrera facilitó, distribuyéndolos entre perdidos, inéditos e inacabados”. Vid. Torres Nebrera, G. Treinta y nueve poemas y una prosa. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1986, pág. 21.

[7] Torres Nebrera, G. Op. cit., pág. 34.

[8] Pérez González, Isabel Mª. Carolina Coronado. Badajoz, DPDB, 1986, págs. 160-161.

[9] Otros títulos citados por Torres Nebrera como inconclusos o inéditos son Musiña, La Exclaustrada, Harnina, Luz, El oratorio de Isabel la Católica...Véase asimismo el estudio de Manso Amarillo, F. Carolina Coronado. Su obra literaria. Badajoz, DPDB, 1992, pág. 247.

[10] Don Juan de Padilla. Madrid, Imp. Ramón Campuzano, 1885. Debido al antclericalismo de ciertos pasajes la novela fue prohibida por la autoridad eclesiásistica por Edicto del 28 de diciembre de 1857.

[11] La viuda de Juan de Padilla. Madrid, Imp. J. Alhambra, 1857. Barrantes publicó otras novelas históricas no utilizadas en el presente trabajo: La corte de los poetas. Novela histórica del año 1619. Madrid, 1852, y Don Rodrigo Calderón (Novela histórica). Madrid, 1851-1852. Ésta última apareció en el folletín de “La Ilustración”; el capítulo XXXIV y último acaba el 30 de octubre de 1852. Vid. Ferreras, Juan Ignacio. Catálogo de novelas y novelistas españoles del siglo XIX. Madrid, Cátedra, 1979.

[12] García de Nora, E. La novela española contemporánea, I. Madrid, Gredos, 1979, págs. 344-345.

[13] Trigo y Reyes Huertas son autores de amplias trayectorias narrativas, más conocidas, cuyo análisis no podemos abordar aquí. Puede consultarse la monografía de Manuel Pecellín, Literatura en Extremadura, II, págs. 159-196.

[14] Valdés publicó en vida dos compilaciones de ensayos, Resonancias (1925-1928), Madrid, Espasa-Calpe, 1932; y Letras (Notas de un lector), Madrid, Espasa-Calpe, 1933 (que puede consultarse en la espléndida edición de José Luis Bernal. Mérida, Editora Regional, 1993).

[15] Senabre, R. Escritores en Extremadura. Badajoz, DPDB, 1988, pág. 195.

[16] Tuvo una aceptable acogida crítica Cinco sombras de Eulalia Galvarriato (1947), con reseñas en Espadaña o Ínsula, pero es significativo que, presentada al premio Nadal, fuera derrotada por Un hombre, de José María Gironella.

[17] Martínez Cachero, J. Mª. Op. Cit., pág. 72.

[18] La novela contenía veladas referencias autobiográficas: el preso llevaba, en la primera edición, el nombre de Pedro Mora (tan cercano fónicamente al del autor, Pedro de Lorenzo Morales, quien había sido encarcelado durante algún tiempo por juveniles adhesiones republicanas). El informe solicitado por la Delegación Nacional de Propaganda no era, sin embargo, contrario a su publicación: “Desde el punto político que se interesa, nada de particular [...] Sólo el pequeño capítulo de las páginas 51-53, permite deducir que se trata de un detenido en zona nacional, sin dar a esto ninguna significación política. En todo caso, quitando estas páginas, o incluso solamente las líneas señaladas, ya no quedaría nada sobre qué llamar la atención”. Vid. Martínez Cachero, J. Mª. Op. Cit., págs. 98-99.

[19] Citando textos poéticos, José Luis García Martín (La segunda generación poética de posguerra. Badajoz, 1986, pág. 154) menciona “Mi vaquerillo” de Gabriel y Galán, como caso de literatura individualista de orientación cristiana, y “El niño yuntero” de Miguel Hernández, como ejemplo de denuncia de la opresión de una clase social.

[20] García Blázquez se dio a conocer con Los diablos (Barcelona, 1966), novela que tuvo ya problemas con la censura. En 1967 queda finalista con No encontré rosas para mi madre y, tras Fiesta en el polvo (1974), obtiene el premio Nadal con El rito (1974).

[21] Hidalgo Bayal, G. “La novela asonante”, en Equidistancias. Badajoz, Del Oeste Ediciones, 1997, pág. 64.

[22] Hidalgo Bayal, G. “La novela absuelta”, en Equidistancias, ed. cit., pág. 253.



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