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Narración, tiempo y espacio en Caballeros de fortuna, de Luis Landero" (Barcelona, Tusquets, 1994), en Revista de Estudios Extremeños, Tomo LI, nº II, mayo-agosto de 1995, págs. 534-541.


SUMARIO


NARRACIÓN, TIEMPO Y ESPACIO EN

 

CABALLEROS DE FORTUNA, DE LUIS LANDERO.

 

   Cuando en 1989 Juegos de la edad tardía, la primera novela de Luis Landero (Alburquerque, 1948), vio la luz, pocos conocíamos la labor de este orfebre del lenguaje, perdido, pensábamos, en el desencantado oficio de "enseñar" literatura en centros de Enseñanza Media. En pocos meses su obra prima rompió el divorcio que la literatura de nuestro tiempo tiende a imponer entre el público (el número de ediciones y de traducciones creció rápidamente) y la crítica especializada (la novela recibió en 1990 el Premio Nacional y el Premio de la Crítica). Su portentosa imaginación fabuladora, la riqueza de unos procedimientos complejos que no perturban la lectura sino que subrayan su sentido, la honestidad de un escritor que no cede hacia las modas sino que imanta hacia su mundo narrativo... consiguieron confabular a lectores y críticos en torno a una opinión unánime: Juegos de la edad tardía es una de las mejores novelas de las últimas décadas. Pero, ¿conseguiría Landero superar la presión de este logro? El propio novelista se ha referido, en entrevistas periodísticas, a la peligrosa herencia del éxito, al peso de la expectación, a las dificultades específicas, y reales en su caso, de una segunda novela que, ante los cotejos obligados, pudiera señalar el inicio de un descenso. Con Caballeros de fortuna (1994), Landero acrece, a nuestro juicio, su talla como novelista, dueño de un universo narrativo que dista mucho de parecer agotado (señalemos de pasada su acierto al rehuir la tentación del compositor de "best sellers" que, una vez alcanzado el favor de las editoriales y de amplios sectores de público, explota el filón de su primer éxito con una obra por año; y en efecto, nada hay que permita sospechar un mayor apresuramiento en la composición de su segunda novela, publicada cinco años después de la primera).

            Juegos de la edad tardía [1] y Caballeros de fortuna pertenecen ya, por sus propios méritos, a la historia de la literatura española de finales de siglo. Con numerosas conexiones y rasgos compartidos (complejidad técnica, similitud de paisajes, cierto parentesco estilístico...), las dos novelas ofrecen, sin embargo, universos narrativos distintos y autónomos.

            Una de las aportaciones novedosas con la que se encuentra el lector ya en las primeras páginas de Caballeros de fortuna afecta al modo de presentar y construir la narración. Si en Juegos de la edad tardía quien comunicaba los acontecimientos era un narrador oculto, omnisciente, que disfrutaba de una visión panorámica tanto del mundo exterior como de la intimidad de los personajes, en Caballeros de fortuna nos encontraremos con un grupo de muchachos desocupados, los "historiadores" de la vida cotidiana del pueblo que recuerdan y relatan desde el presente (5 de junio de 1993, víspera de unas elecciones generales) unos hechos ocurridos quince años atrás.

 

                        "Desde que se recuerde, nunca ha faltado aquí un grupo de observadores imparciales. En otros tiempos llegaron a ser más de treinta, pero ahora apenas somos media docena, y aquí nos pasamos las jornadas, alineados en un banco corrido de piedra y con los pies mecidos en el aire"  (pág. 13) [2]

 

                        "... un día de la siguiente primavera, cuando llegamos a nuestro observatorio, ya estaba él [Belmiro Ventura] sentado en el banco, con los pies mecidos en el aire y mirando a lo lejos. Alguna vez ha dicho que se vino aquí abrumado por la soledad y porque, no teniendo nada mejor que hacer, pensó que éste no era un mal sitio para un historiador" (pág. 319)

 

            Si bien la narración es homogénea y se mueve siempre dentro de los registros cultos de la lengua (por "decoro poético" uno de los componentes del grupo llega a afirmar "Yo soy, o era, porque nunca ejercí, maestro de escuela..."), nos encontramos ante una novela orquestal cuya trama es relatada por varios observadores ociosos del mismo pueblo en que transcurre. En la plaza, sentados en un banco de piedra, han podido registrar los sucesos que relatan: oír las clases de música de Luciano y Amalia, contemplar el afanoso trasiego de Esteban siempre en la estela de sus sueños embarullados, los paseos erráticos de Belmiro Ventura o los inútiles ejercicios intelectuales de don Julio.

            Otras fuentes colaboran para completar la historia: María la Bonita, pescadera en la Plaza de Abastos, puede contar el enfebrecido afán de Esteban por subir los primeros peldaños de su fortuna, un director de banco relata sus "operaciones financieras", Belmiro Ventura o don Julio se acercan hasta el grupo para recordar los momentos más fúlgidos de su vida... Amalia abandona el pueblo pero deja olvidados sus diarios (que, una vez leídos, permitirán reconstruir el paisaje de sus afectos), las cartas de Esteban a Sofía Sánchez son devueltas sin abrir... "Y aquí donde tarde o temprano todo acaba sabiéndose, hemos reconstruido más de una vez aquella historia que ocurrió hace quince años..." (pág. 320).

            El procedimiento, de una gran complejidad técnica, permite mantener por completo el relato en el entorno aledano que refleja, presentarlo como fruto de ese mismo mundo apegado aún a la curiosidad por las vidas próximas y a las narraciones orales, sosegado como la vida de los pueblos, compartido por numerosas personas cada una de las cuales añade un retazo al conjunto, como viven las historias en los pueblos. 

   Otra novedad afecta a la arquitectura del relato. Si la disposición externa de ambas novelas es similar (Juegos... se estructura en tres partes más un "Epílogo" -con un desenlace abierto: Gregorio y Gil cierran la obra con proyectos agrícolas de una nueva vida, lejos de la turbulencia de la ciudad-, Caballeros de fortuna se compone de dos partes más un "Final"), lo cierto es que esta última exhibe una mayor complejidad estructural. A pesar de contar con un desenlace cerrado propio de las formas narrativas más tradicionales (un último capítulo relata de modo sumario el destino de cada uno de los personajes cuando estos se hallan ya fuera de las lindes de la propia novela) Caballeros de fortuna se desarrolla, en su primera parte, en varios planos temporales: desde un presente desolado (junio de 1993), un grupo de personas (observadores, unos; protagonistas, otros) reconstruyen unos acontecimientos ocurridos quince años atrás, pero llegados a esa segunda franja temporal (que abarca algo menos de dos años, durante 1977 y 1978) nos encontramos con nuevos saltos hacia el pasado (mediante flashbacks cinematográficos o recuerdos, juego del que sólo Esteban y Luciano, embebidos en la magia del presente no participan) [3] , como puede apreciarse en el siguiente esquema:

 

            Capítulos.

           

            I. Decadencia del pueblo en el presente (1993). Regreso al pasado: don Julio pasea por calles y plazas su oquedad intelectual.

            II. Los Tejedores: Manuel y Leonor, Esteban. Salto atrás: Guerra Civil, Campaña de Teruel (1938), inauguración del Valle de los Caídos, visita de Eisenhower (1959).

            III. Belmiro Ventura en Madrid. Brindis en el banquete de despedida por su jubilación voluntaria. Salto atrás: su niñez, su rutinaria vida como profesor...

            IV. Luciano Obispo en su mundo: veleidades místicas de su madre, confesiones con el viejo párroco, escuela...

            V. Esteban-Amalia (recuerdos, mundo interior)-Esteban.

            VI. Don Julio redacta la crónica de bienvenida a Belmiro Ventura para "La Voz de Gévora". Recuerdos.

            VII. Esteban deslumbrado ante la fiesta de don Celes.

            VIII. Belmiro Ventura en el Instituto: pasado familiar, proyectos de investigación... Vuelta al momento del brindis.

            IX. Esteban obsesionado por enriquecerse: trabajos en la Plaza de Abastos, visitas al banco...

            X. Amalia da a Luciano clases de música.

            XI. Esteban desengañado. Carta de Belmiro Ventura anunciando su regreso: nuevas ilusiones.

 

   Los destinos de unos personajes distintos, partiendo de lugares remotos, seguirán senderos convergentes que les llevan a confluir, de modo casual o inevitable, en un mismo espacio físico en el que labrarán su fortuna (en su acepción primigenia de encadenamiento de sucesos azarosos e ingobernables que es asimismo el significado de la palabra en el título): Amalia llega al pueblo para sustituir al viejo maestro, Belmiro Ventura regresa desde Madrid para vivir en él sus últimos años, Luciano y Esteban coincidirán en la escuela desde sus respectivos mundos absortos e ilusorios... La atención individualizada estructura la narración y la sucesión de capítulos recuerda en alguna medida el procedimiento utilizado por Luis Romero en La Noria; esto es, un encuentro casual permite al escritor saltar de un personaje a otro: cuando don Julio, por ejemplo, termina de contar su historia en el corro (cap. I), ven llegar a Esteban tras el estruendo del carro de leche (cap. II, los Tejedores); el capítulo dedicado a Luciano Obispo (IV) da paso al destinado a Amalía, su nueva maestra, a quien acaba de conocer (V)... [4] En otras ocasiones hallamos trasmutaciones temporales insólitas: toda la historia de Belmiro Ventura -su pasado, sus incertidumbres, sus proyectos...- es evocada en el instante en que brinda junto a sus compañeros de Instituto antes de pronunciar unas palabras de despedida, un gigantesco instante del que arranca la narración y a donde finalmente regresa [5]

   A partir de aquí, durante una segunda parte que observa un desarrollo cronológico lineal, los personajes entrecruzarán sus destinos en una maraña progresivamente complicada y diríase que fatal, a la vez que empiezan a girar en torno a Belmiro Ventura, verdadero centro del que irradian los hilos estructurales del relato. Como las varillas de un abanico todos confluirán hacia un momento cenital (cap. V) en donde la novela alcanza su meta y, paradójicamente, cobra su sentido: Esteban planea el asesinato de Belmiro Ventura como última solución a su infortunio pero, por error, dispara contra Luciano. Junto al niño herido de muerte, los personajes (Amalia, Esteban, Belmiro...) asisten atónitos al súbito derrumbe de sus sueños (esta estructura de universo que va concentrando sus posibilidades, en forma de abanico o punta de lanza viene subrayada por la extensión de los bloques narrativos: 1ª P. 162 págs., 2ª P. I, 37 págs., II, 31 págs., III, 27 págs., IV, 23 págs., V, 31 págs., "Final", 4 págs.).

   Con el regreso al presente, el relato se cierra sobre sus inicios: el pueblo sufre nuevos abandonos (Don Celes, Amalia, Esteban...) mostrando la osamenta de su decadencia, mientras que el grupo de observadores ociosos, en el banco de piedra, ocupa su tedio recordando con tanta parsimonia como ternura las historias del pasado. [6]

   Dijimos más arriba que Juegos de la edad tardía y Caballeros de fortuna guardan un claro parentesco de obras cercanas debido entre otros motivos a la similitud de paisajes en que ubican su trama; ambas, en efecto, sitúan la acción en Madrid y en un área imprecisa -un pueblo y su campiña- característica de los ámbitos rurales extremeños. En los dos relatos se da, por tanto, ese salto de la ciudad a la aldea (un motivo recurrente en los narradores regionales que suelen explotar con fines diversos); sin embargo, en este sentido, las dos novelas muestran, más que una construcción paralela, una disposición complementaria: Juegos... se localiza de modo preferente en Madrid (el pueblo y sus tierras aparecen en recuerdos de determinados personajes y como destino final del protagonista), en Caballeros de fortuna Landero opera a la inversa: la ciudad aparece esporádicamente al relatar la historia de Belmiro Ventura o los recuerdos de Manuel, mientras que la mayor parte de la trama narrativa transcurre en un pueblo de la región y en sus cercanías, el mismo, según indicaciones expresas del narrador, que sirve de refugio al protagonista de Juegos..., Gregorio Olías en su nueva vida de agricultor.

 

               Pasó una vaguada y, al rasar un alto, vio un pueblo no muy lejos [...] Las casas, casi todas bajas y pobres, se agrupaban junto a un castillo en ruinas y desde allí se derramaban dispersas hacia la alameda de un río [...] Un perro famélico, trotando al bies y con el rabo entre las piernas, lo adelantó como para guiarlo y anunciar su llegada. Uno tras otro cruzaron ante las tapias del cementerio y luego entraron al pueblo por una calle larga y empinada.

                                                                        (Juegos..., pág. 363) [7]

 

   En esta aldea residen Gregorio y Gil que aparecen mencionados de pasada en Caballeros de fortuna como dos de los ocupantes habituales del banco de piedra.

 

               "... y casi todos los demás (con la excepción quizá de dos forasteros que habían llegado hacía unos tres años, un tal Gil y un tal Gregorio, y que habñaban mucho de correrías urbanas, y de cafés de artistas, y que se jactaban de haber conocido personalmente a un tal Faroni, una de las lumbreras del siglo según ellos) carecían de otro oficio que el de haber nacido y crecido y estar aquí sentados, observando el mundo y anotándolo al ritmo de sus pies" (pág. 182)

                                                                       

   La cita, además del interés de mostrar la relación temporal entre las tramas de ambas novelas, ofrece el auténtico desenlace de Juegos...: Gregorio y Gil dedican el tiempo que sus ocupaciones agropecuarias les dejan libre (viven en una tierra "con un regato, un pozo y siete higueras de higos zafaríes") a contemplar la sucesión apacible de los días y a recordar el pasado.

   Landero, en sus novelas, muestra una predilección nítida a moverse en el ámbito de la intimidad de sus propios personajes (frente al reflejo testimonial del entorno). Nos encontramos, sin duda, ante un verdadero maestro en la creación de caracteres, de los que suele ofrecen un esbozo inicial para presentar a continuación las diversas modulaciones de su talante y acompañarlos en sus trayectorias emotivas. [8]

   Las descripciones paisajísticas, por el contrario, son escasas y escuetas, además de eludir intencionadamente en ellas referencias precisas a lugares reales. Con todo, es posible reconocer en sus obras el paisaje de la infancia, más o menos deformado por su imaginación o enriquecido con aportaciones foráneas (como la estatua del Conquistador en la plaza, que abre las posibilidades a numerosas localidades de la región). Alburquerque y su campiña son reconocibles en las breves descripciones que jalonan el avance del relato.

 

               "Al cabo de los siglos, sin embargo, el dedo sigue apuntando a un entorno llano, con dehesas de encinas y baldíos arenosos donde medran la cabra y la oveja, el asfódelo y el verbasco, y con una ribera de aguas inestables y mansas que define y nombra la comarca: los Baldíos de Gévora. Y es ese mismo rumbo el que lleva a la estación de ferrocarril más próxima, que dista unos treinta kilómetros por un camino que sale de unos cerros azules en días claros y viene dando vueltas hasta que luego se endereza, se esconde un trecho entre los álamos de la ribera, rodea unos huertos y, convertido ya en calle de San Antón, desemboca en la plaza" (pág. 14) [9]

 

   Las "casas, casi todas bajas y pobres [...] junto a un castillo en ruinas [...] la almadeda de un río [...] una calle larga y empinada" (Juegos..., pág. 363), la "calle Real, que cruzaba el pueblo desde la plaza de toros hasta la gasolinera (Caballeros..., pág. 19) constituyen indicaciones que, si bien no invalidan el valor de las obras como testimonio de la Baja Extremadura (de buen número de sus lugares), sí encajan en la citada aldea, la realidad mejor conocida por el autor.

   Cuando salimos del pueblo hacia sus cercanías encontramos nuevas muestras que evocan, con una extraordinaria fidelidad, el paisaje y la vida de este mundo rural de la campiña alburquerqueña.

 

               "Los Tejedores vivían a unos tres kilómetros del pueblo, en una casita amarilla de pizarra y adobe con zócalos de azulete, con geranios y claveles en latas y pucheros y gallinas sueltas en la cocina, y un corral trasero con suelo de estiércol donde metían por la noche a los chivos [...] Criaban además unos cerdos, una vaca torina y algunos pavos, y de eso malvivían". (págs. 23-24)

 

   Al mismo espacio geográfico y cultural, que podríamos denominar de modo amplio como la cultura de la Raya, pertenecen los cuadros siguientes:

 

               "Y también era un gusto ver pasar a los viajeros que cruzaban los campos: el recovero que compraba huevos y pellicas, el piconero de camisa blanca y cintura breve, la pareja de la Guardia Civil con sus capas al viento, el contrabandista, el zahorí, y hasta algún saludador portugués que curaba las fiebres con un aliento y un ensalmo". (pág 26)

 

               “Vivían en el campo, en la soledad de un llano y unos cerros ásperos, junto a unas minas abandonadas de antimonio, y sólo dos o tres veces al año bajaban a un pueblo pequeño, con calles empinadas y casas bajas de cal [...] Su abuelo, sentado bajo el eucalipto, hurgaba en una cacerola de aluminio donde, entre otras cosas había recado de encender, librito y petaca, almendras amargas contras la artritis, semillas para la quebradura y las tercianas, hilo de coser, monedas de un rey, una prima de vihuela de tripa de lobo, un colmillo de jabalí..." [10] (Juegos..., pág. 48)

 

   En este mundo periférico y aislado donde se estilan "otros tiempos", "...cuando las lechuzas entraban en las casas y se bebían las capuchinas, cuando las culebras hipnotizaban a los pájaros y los gatos enfermos iban a oler la flor del lilo, cuando la gente hablaba en verso y los caminantes se alumbraban con farolillos de sandía!" (Juegos..., pág. 250), la tradición ha podido sobrevivir a la embestida del progreso y aún es posible comer higos miguelinos, oír hablar de las virtudes curativas de la "piedra bezaar sacada del buche de una cervicabra" [11] , ver pastando una "vaca torina" o a un pastor adolescente careando una manada de pavos calzado con unas "sandalias de juncias"...

   Naturalmente la obra no se agota en este reflejo del entorno; el narrador no opera como un folklorista reproduciendo en la novela las creencias populares de modo mostrenco, sino que las mezcla con las aportaciones de su propia fabulación hasta el punto de reproducir un mundo mágico, ajeno a la razón, atravesado por fantasías creíbles y hábitos seculares inverosímiles, tanto más inusitado al sufrir un contraste intencionado con la ciudad, el ámbito del progreso científico y de la cultura oficial.

   No quisiéramos concluir estos párrafos (que no aspiran en modo alguno a dar una visión global de su obra sino a reflexionar sobre algunos aspectos específicos) sin mencionar un rasgo peculiarísimo de la narrativa de Luis Landero: el afecto, la mirada complacida, la ternura afable con que trata el paisaje geográfico y humano de sus novelas (como prueba la casi total ausencia de caracterizaciones negativas). El lector cierra el libro con la tristeza irremediable de abandonar un mundo, aunque duro y olvidado, antiguo y hermoso, protagonizado por unas gentes entrañables que conservan todo el candor de una inocencia arcádica, de las que nos despedimos con la esperanza confiada de poder reencontrarlas pronto en una próxima obra.

 

 



[1] Para Juegos de la edad tardía puede consultarse el estudio de Antonio Zoido "Una novela importante. “Juegos de la edad tardía", de Luis Landero. Singularidad de una novela para calificar a un autor y su obra", Revista de Estudios Extremeños,  XLIX, III (1993), septiembre-diciembre, págs. 735-751.

[2] Salvo indicación expresa en otro sentido, las citas pertenecen a Caballeros de fortuna, Barcelona, Tusquets Editores, 1994.

 

[3] Un rasgo característico de la narrativa de Landero es su tendencia a anclar los relatos en un tiempo histórico preciso, a imbricar su trama en la trama de los acontecimientos relevantes de  ese periodo: "Eso ocurrió el 11 de noviembre de 1976" (pág. 15), "Aquello ocurrió exactamente la tarde de principios de septiembre de 1959" (pág. 28), "Porque, en efecto, él debió de ser el último en enterarse de que en abril de aquel año de 1959 se había inaugurado el Valle de los Caídos" (pág. 35), "...hasta que un día, a finales de 1962, leyó en un periódico el resumen de los hechos más destacados del año. Leyó, por ejemplo, ..." (pág. 37)

[4] Cfr. Romero, L. La Noria, Barcelona, Destino, 1968 (7ª ed.). En este novela, sin embargo, el procedimiento acaba siendo utilizado de un modo mecánico que, en gran medida, desvirtúa su eficacia.

 

 

[5] La expresión ("gigantesco instante") procede de Ramírez Molas, P. Tiempo y narración, Madrid, Ed. Gredos, 1978. En el prólogo, el crítico esboza una sorprendente y atractiva teoría sobre el tiempo en El Quijote, computando los numerosos errores cronológicos del relato cervantino para concluir: "En julio de 1914 había salido por primera vez don Quijote, y en julio del mismo año murió al regresar de su tercera salida. Cide Hamete no puntualiza la fecha de su muerte, pero cabe bien dentro de lo posible y dentro de lo borgesianamente necesario que don Quijote de la Mancha muriera el día de su primera salida. En tal caso, todo el relato de Cide Hamete no sería otra cosa que un gigantesco instante" (p. 13) Otros ejemplos de estructura circular pueden encontrarse en el cap. II (Esteban-Manuel-Esteban), en el cap. V (Esteban-Amalia-Esteban)...

 

 

[6] Resulta obligado recordar el comienzo de Los funerales de la Mama  grande de G. García Márquez, especialmente por la condición de "relatos orales"  de ambas obras.

[7] Landero, L. Juegos de la edad tardía, Barcelona, Tusquets Ed., 1989 (2ª ed.).

 

 

[8] La afirmación es aplicable a todos los personajes de sus obras; sobresalen, no obstante, aquellos talantes anómalos, las pobres gentes desdichadas, perdidas en los meandros de su infortunio (recuérdese a Antón Requejo, Gregorio o Gil, de Juegos..., o al propio Esteban) a los que el narrador, cautivado poderosamente por el mundo que recrea, contempla con gran ternura y una innegable simpatía artística. Esta atracción "intrahistórica" por las gentes humildes explica las ironías sobre Ortega y su distinción entre "masa" y "élite".

 

 

[9] La comarca recibe el nombre de Los Baldíos (o Los Baldíos de Alburquerque). El cauce de la ribera de Gévora señala su límite oeste. La estación de ferrocarril más próxima se encuentra en Badajoz, a 42 kilómetros de Alburquerque.

[10] Las "minas abandonadas de antimonio" (quizá de Wolframio) se encuentran entre Alburquerque y La Codosera. La expresión "bajaban a un pueblo... con calles empinadas..." puede parecer contradictoria, sin embargo es locución propia de la zona en donde "bajar" o "subir" tienen un significado contextual: caminar en la misma dirección de las aguas (bajar) o aguas arriba (subir). Desde las minas abandonadas, el camino hacia Alburquerque "baja" paralelo al río Gévora.

[11] El DRAE recoge la forma "bezoar" (cálculo que suele encontrarse en las vías digestivas y urinarias de algunos mamíferos, y que se ha considerado como antídoto y medicamento). Alfonso Martínez Garrido en su novela La leyenda de Pedro el Raro (Badajoz, Universitas, 1987) afirma que el vocablo es "originiario del lugar extremeño de Alburquerque" (pág. 185)

 



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