|
|
|
|
"Todavía está todo todavía, de Manuel Pacheco", en Revista de Estudios Extremeños, Tomo LIII, nº II, mayo-agosto de 1997, págs. 611-624. |
|||
SUMARIO
Todavía está todo todavía,
de Manuel Pacheco Aunque
el acercamiento a la biografía de Manuel Pacheco
[1]
, no es uno de los objetivos de este trabajo, sí
quisiéramos partir de dos rasgos relevantes de su trayectoria vital
que, a nuestro juicio, pueden arrojar luz sobre el conjunto de su obra
y, más en concreto, sobre el poemario que nos proponemos analizar, Todavía está todo todavía (Orense, 1960). Nacido en Olivenza (19-XII-1920),
Manuel Pacheco se ve obligado en 1927 a ingresar en el Hospicio de Badajoz
tras la muerte de su padre. El propio poeta, en una breve reseña autobiográfica
con que abre Poesía en la tierra
(Madrid, 1975) ha recordado las difíciles condiciones en que, por circunstancias
familiares, transcurren su niñez, su adolescencia y su juventud. Más
tarde, circunstancias de distinta naturaleza, la Guerra Civil y una
terrible -y prolongada- posguerra, modularán la madurez prematura de
un hombre empujado a los oficios más humildes (ebanista, cargador de
muelle, contrabandista, albañil, marmolista...) en pos de una supervivencia
siempre precaria, ardua y penosa. Esto es, el periodo en que, en un
medio acomodado o apacible, el futuro escritor recibe una formación
intelectual y académica (recordemos, por contraste, que en la fecha
de su ingreso en un orfelinato la intelectualidad más brillante, y frívola,
de nuestro siglo goza de un recinto bien distinto: la Residencia de
Estudiantes, la "Resi"), en nuestro poeta resultan unos años
dramáticos en que debe compaginar trabajos sórdidos con lecturas liberadoras
("No tengo ninguna clase de estudios; fui muy poco a la escuela,
pues comencé a trabajar desde muy niño. Pero desde los ocho años leo
todo lo que cae en mis manos")
[2]
. No es
irrelevante que, entre sus numerosas lecturas, el poeta recuerde, en
un pasaje muy conocido, como su literatura preferencial: "Yo diría
mejor la antiliteratura del Ulises
de James Joyce; Los cantos de
Maldor, de Ducasse; El almuerzo
desnudo y nova express, de Williams S. Borroughs;
Los trópicos de Henry Miller;
los libros del marqués de Sade y Arrabal, Kafka, Artaud, Michaux, Beckett,
André Breton, el surrealismo y la poesía del gran César Vallejo; la
antiliteratura de estos malditos que yo llamo benditos porque apartaron
la luz de las tinieblas o pusieron tinieblas en la luz cuando ésta era
tan fuerte que podía quemar las pupilas de los hombres"
[3]
En estas
citas, al margen de la modernidad radical de su predilecciones, subyace
uno de los rasgos que pretendemos subrayar: el autodidactismo, la falta
de maestros, inevitable una periférica capital provinciana, fenómeno
que suele desembocar en dos actitudes: la ausencia de reflexión teórica
previa a la labor creadora (común a tantos escritores: el poeta tiende
a producir su obra instintivamente y, más tarde, teoriza sobre ella:
sus intenciones, su arquitectura, su estilo...) y la inseguridad esencial
que le lleva a ensayar distintos caminos poéticos que se suceden de
modo simultáneo o se solapan, sin cortes precisos, sin etapas nítidas
y diferenciadas. La segunda
peculiaridad que queremos resaltar de su trayectoria biográfica se refiere
a su personalidad, a su carácter temperamental, a su visceralidad radical,
incompatibles con la sumisión dócil a consignas de "escuela",
que desemboca en un talante poético personalísimo difícilmente encasillable,
y así, el gran número de epígrafes con que se ha tratado de definir
su poesía -simbolismo, surrealismo, expresionismo, tremendismo, existencialismo...-
no es sino indicio de la dificultad del empeño, por lo demás, en gran
medida baldío. Su actitud anarquizante, rebelde ("un poeta bravo,
selvático y montaraz", como lo describe Cela
[4]
, o bien, como él mismo se enjuicia: "pero
yo sólo sé que he escrito siempre a mi modo y no a la moda") aflorará
incluso en un entorno tan conservador como el pacense, apegado a las
modas que la posguerra impuso (Poesía arraigada, sacra o circunstancial),
el cual dio muestras repetidas de su sorpresa y de su desagrado ante
los nuevos derroteros seguidos por el poeta:
"Escribí un día una carta a Pacheco al que quiero y admiro,
reprochándole su realismo poético repulsivo. El, con dotes excepcionales
de poeta, se ha empeñado en rebajar su poesía con unos alardes escatológicos
tan insistentes, tan reiterativos, que, sobre resultar cínicos, acusan
una especie de agotamiento temático, compensado con otras poesías estupendas
[...] Sé que estás de acuerdo con cuanto te digo. En una carta tuya
me decías que no te gustaban aquellas estridencias malolientes"
[5]
.
Los dos
fenómenos señalados -formación autodidacta
e inconformismo- se confabulan para sumar dificultades a la hora
de clasificar su producción poética o dividirla en etapas. A pesar de
todo ello, la crítica
[6]
viene distinguiendo dos fases en su trayectoria
("Con estos símbolos opuestos señala Pacheco el contraste de su
poesía entre un alegorismo poblado de cisnes, gacelas, álamos, nenúfares,
siluetas, espejos, caricias, celajes, pulsos, latidos, sueños, brisas
[...] símiles, comparaciones, metáforas, metonimias, enálages... y el
habla de los poetas "en el tiempo" o "en la calle",
de los "impuros" e "hijos de la ira" y del "todos
a una" habla en la que Pacheco [...] fue "pionero" de
formas tachadas en los 50 de antipoéticas y luego generalizadas")
[7]
: una primera etapa que abarcaría desde Ausencia de mis manos (Badajoz, Arqueros,
1949) hasta Poemas al hijo
(Badajoz, DPDB, 1960) y un segundo periodo se iniciaría con Todavía está todo todavía (Orense, Ed.
Comercial, Col. Marina, 1960). A las
razones aducidas podríamos añadir otros argumentos complementarios que
aceptan y roboran la división hecha más arriba. Puede comprobarse cómo
en el primer periodo faltan poemas teóricos que desarrollen una concepción
tanto de la poesía como del sentido del propio poetizar. El intimismo,
el paisaje interior de los sentimientos afectivos -el amor a la mujer,
la amistad, el amor al hijo...- se hallan instalados en una tradición
poética antigua e ininterrumpida, de modo que su presencia en la poesía
de este primer periodo no requiere ninguna justificación teórica (el
intimismo es un tema universal que ha acompañado desde siempre a la
creación poética). A fines
de la década de los 50, la aparición, novedosa en la trayectoria de
Manuel Pacheco, de unos textos metapoéticos que reflexionan sobre la
naturaleza de la propia poesía (su función, sus temas, sus procedimientos
expresivos...) revelan algo más profundo que un simple cambio de dirección
estética. En ellos puede percibirse una quiebra profunda, una transformación
radical en la concepción de la poesía y de la misión del poeta. La presencia
de estas composiciones, puede datar, por ello, el inicio de una segunda
etapa en la trayectoria del escritor y no es extraño que estos poemas
coincidan con otros cambios formales como el salto desde las estructuras
clásicas y las formas arromanzadas hacia el verso libre, predominante
a partir de ahora, dado que el poeta, de un modo consciente o intuitivo,
ha comprendido que a unos nuevos temas corresponde una instrumentación
expresiva distinta (lingüística, métrica...). Pues bien,
en el gozne de este profundo cambio literario se encuentra Todavía está todo todavía, primer título
cuyo sentido hay que situar en el territorio de la denuncia. La extraordinaria
fertilidad creadora de Pacheco y la precariedad de las editoras extremeñas
explican que en 1960 acumule dos poemarios aparecidos uno en Badajoz
(Poemas al hijo, tercer libro publicado
en la región, cinco años después de Presencia
mía, 1955) y otro en Orense (Todavía
está...)
[8]
, a los que seguirá Poemas en forma de... (1962). Por las indicaciónes expresas en los
dos últimos ("Poemas: 1958-1959" y "1958-1960), hay que
pensar que la composición de las tres obras debió ser en gran medida
simultánea. Aunque el autor envió fuera de la región los dos textos
más polémicos, las insitituciones oficiales de la región castigaron
sus nuevas posiciones estéticas y Pacheco no vería publicado un nuevo
libro en la región hasta 1978 (El cisne y otros poemas). Cuando
se comparan los contenidos de estas tres obras destaca inmediatamente
el carácter de "poemario de transición" de Todavía está.... Si Poemas al
hijo exhibe un contenido homogéneo marcado por la ternura (excepcional
en la trayectoria de Pacheco que suele descuidar la estructura unitaria
de sus libros) y Poemas en forma
de... se instala decididamente en el ámbito de la denuncia con un
sentido instrumental y profético,
Todavía está... muestra una nítida condición de "gozne",
ligado al poemario anterior en composiciones que giran en torno al hijo
que espera, pero vencido ya del lado de una poesía centrada en el hombre
de su tiempo y en la denuncia de las fuerzas que lo aprisionan. Con
esta transformación radical Pacheco renunció de modo consciente a ser
el poeta oficialista de la región ("-Nunca seré un poeta de los
puros / marcado por el sello de la estrella Oficial", Yo, 1959)
[9]
. Todavía está todo todavía apareció en la
colección Marina de la Ed. Comercial de Orense, en 1960
[10]
. El libro se abría con una "Nota del Editor"
-José Trebolle Díaz- quien, tras un breve recorrido biográfico, subrayaba
la fuerza primaria de su mensaje marcado por una instrumentación expresiva
claramente surrealista. El poemario (33 composiciones) volvió a publicarse
íntegro en una amplia antología aparecida en 1986, Poesía (1942-1984). De la
gama temática del libro sorprende por su novedad y por su peso específico
(más de un tercio de las composiciones) la irrupción de la poesía como tema de reflexión. La labor creadora es sometida a un
proceso de consideración personal en que se hace necesario replantear
su intención, sus temas y sus formas. Ya señalamos que, salvo en algún
poema aislado, esta reflexión teórica no se había producido anteriormente,
dado que los caminos poéticos por los que venía transitando su obra
-la propia identidad, la confesión íntima, el paisaje de los afectos...-
no requería justificación teórica alguna. El quiebro brusco que, en
la trayectoria de Pacheco, supone Todavía
está... exige una previa declaración de intenciones, una exposición
prologal que elucide el cambio de rumbo, y a ese propósito responde
un nutrido grupo de poemas que aproximan el poemario a la condición
de un auténtico manifiesto (es interesante reseñar que en ningún otro
poemario de Pacheco se incluye tal cantidad de textos teóricos). Los poemas
en los que esta renovación es más evidente (no los de mayor interés)
son aquellos textos de controversia y debate en donde polemiza desde
nuevos supuestos estéticos con poetas y críticos, algunos de cierta
ascendencia sobre él, más apegados a la tradición ("y me dicen
que cante a los jazmines / y olvide el cesto de la ropa sucia",
Arpa rota). Defendiéndose
de reproches de su entorno ("Yo no soy tremendista", Autorretrato),
el poeta reacciona atacando una poesía narcisista, idílica y falsa.
"Gozar
un paraíso en
el infierno de la tierra; inventar
la mentira del tierno ruiseñor, la
mentira del agua para
la sed del hombre y
el canto de los pájaros para
el paisaje azul de los cobardes. Pero
no puedo estar mirando en los espejos los
dientes de la lepra y
reírme del pasto de la herida, y
quemar al payaso de la herida para
dejar mis manos sobre
las arpas dulces".
(Arpa rota)
En el
mismo terreno de la polémica, de la disputa, se sitúan poemas como Las almas estrechas ("hombres limpios
de estiércol y de flores"), Los
charcos del mundo ("Si se acaricia el arpa / mientras el hambre
suena / la poesía se llena de gusanos"). Las acusaciones, repetidas,
denuncian la radical falsedad de "intimismos" evasivos y "esteticismos"
mendaces, la profunda inmoralidad de una poesía ciega a su entorno y
la insolidarirad de sus actitudes.
"Cruzan
sin mirar a la gente, sin
sentirla, ni
amarla, ni
hacerse responsables de la entraña que
grita y
llega a las estrellas formando
el crucifijo de sangre y barro que
es el Hombre"
(Los tibios)
Mayor
interés tienen aquellos poemas que tratan de definir una nueva concepción
poética mediante caracterizaciones positivas. El primer rasgo ha de
ser, a juicio del poeta, la condición de testimonio fiel de la realidad,
por cruda que esta sea.
"Yo
no soy tremendista, soy
un junco que canta, una
sangre que vuela, un
corazón con alas; soy
un libro delgado de
páginas muy blancas donde
escribe la vida todas
sus resonancias"
(Autorretrato)
Si algunas
corrientes poéticas de nuestro siglo tienden a proclamar el divorcio
entre "poeta" y "autor", en la poesía de Pacheco
es imprescindible la fusión de ambas categorías en una sola condición,
alzándose la autenticidad como una de las cualidades mas nobles de su
estética ("Siendo fiel a mí mismo / no me importa nada", Autorretrato). Aunque
en la obra aún no se piense en un destinatario ideal (un lector-obrero,
habitante de los sectores sociales más desfavorecidos y marginados a
los que acabará interpelando), Pacheco, quizá de modo intuitivo, opta
ya por conceder un valor esencial al contenido. La importancia del mensaje otorga un carácter de subsidiariedad a la forma y a los aspectos
técnicos (rasgos no descuidados del todo, como veremos). La poesía,
por lo demás, no se concibe como una operación lógica creada desde el
territorio de una razón fría, sino que, heredera de una antigua tradición
romántica revitalizada por el surrealismo, se vive como una fuerza incontrastable,
como un desbordamiento interior, que imposibilita, como queda dicho,
la artificial distinción, de moda en nuestros días, entre poeta y hombre.
"Largo
clavo de luz que
me punza los ojos, me
atraviesa la frente y
baja como un hilo de miel y de vinagre hasta
el hueco de vidrio de mi pecho.
Me
golpean sus húmedas imágenes como
un río que sale de su cauce y
lleva entre sus aguas marionetas
de fango"
(La poesía)
El campo
temático preferencial de esta poesía es el hombre ("Yo escribo
para el hombre / y en el Norte del hombre / pongo el alba del Sueño"
En el Norte del hombre), habitante de un
mundo real y próximo, con todas sus contradicciones, sin el sentido
trascendente de una poesía arraigada,
que ahora se contempla como una literatura desleal. La formulación más
repetida es ésta: el compromiso con el hombre, víctima de unas estructuras
sociales injustas. Un impulso ético, el compromiso con el hombre de
su tiempo, encamina los poemas hacia el territorio de la denuncia, consciente
el poeta de que el silencio es, de hecho, el cómplice más útil de tanta
injusticia: el desarrollo de una tecnología destructora, la guerra,
la explotación del hombre por el hombre, el odio y el hambre (o el propio
país, asolado por el lento paso de la tiranía)... Naturalmente,
muchos de estos textos merecen ya con todo rigor el epígrafe de poesía
social (con peculiaridades formales que comentaremos más adelante).
Los poemas más representativos de esta corriente son, sin embargo, aquellos
que dirigen su atención hacia la cotidianedad del hombre en su existir:
la angustia en la sala de espera de una clínica (que trascenderá en
el poema como símbolo de una humanidad enferma), el transcurrir diario
y monótono en la vida de un trabadador...
"El
hombre toca el hueco de la taza, pone
un beso de abeja sobre el borde y
se bebe la sangre de la yerba, toma
un cigarro entre los dedos y
va durmiendo el humo entre sus pasos. La
ciudad está ahí con su brillo de fleje, con
su cantar de cuervo, con
su empuje de río, con
su rodar de aro y
su paletas húmedas de muerte. El
hombre está en la altura, pisa
el cuerpo planchado de los árboles, golpea
contra el hierro que enrojece de rabia o
escribe en la oficina helados
alfabetos"
(Día y hombre)
En el
ámbito de la denuncia se hallan, por último, unos poemas (El, ¿Pueden sonar a musgo?) que lamentan cómo el mensaje radical de
Cristo ha sido dulcificado por una Iglesia cómplice del poder, limadas
sus aristas y, a la postre, falseado
[11]
.
"Entierran
la palabra entre
la turbia paja de la muerte. La
voz se hace delgada, y
las manos se pudren, y
los ojos no ven. Y
si Cristo en la cruz abrió los brazos para
llamar al mundo el
rebaño de todas las auroras. ¿Pueden
sonar a musgo sus palabras?" (¿Pueden sonar a...?)
Una circunstancia
biográfica importante para el escritor -las esposa encinta, la espera
del hijo- ocasiona la incorporación en el poemario de un grupo de composiciones
con unos caraceteres específicos (que incluso ocupan en el libro un
espacio propio). Los poemas (Para
saber que existes, Primavera en la lluvia, Angustia, Encuentro, Las
mujeres sembradas) cantan al oasis del amor, la esperanza, la angustia
de la esposa, el hijo presentido..., integrándose en el conjunto de
modo natural pues en ellos se repiten motivos presentes en las restantes
composiciones.
"Medito
en el amor y
tengo entre mis manos sus
mejillas azules y
su vientre de cálida colina latiendo
hacia la vida como
un reloj inmenso"
(Primavera en la lluvia)
Si en
el plano de los contenidos, Todavía
está... supone, como hemos visto, la transición hacia una segunda
etapa protagonizada por unos motivos temáticos y una intención que Pacheco
ya no abandonará sino ocasionalmente, el poemario traerá sonsigo asimismo
unos nuevos procedimientos expresivos. El más visible es el cambio de
las estructuras métricas. Las preferidas hasta ahora -formas arromanzadas
de filiación popular- dejan paso al cultivo del verso libre, predominante
a partir de ahora hasta los lejanos textos de
Cantares de ojos abiertos (1976), Las noches del buzo (1977), o los "insonetos".
De los treinta y tres poemas del libro, veintinueve de ellos optan por
esta estructura más adecuada para subrayar unos contenidos que se rebelan
contra cualquier forma de encorsetamiento. Consecuentemente las composiciones
se desprenden de las cadenas del cómputo silábico y de la tiranía de
la rima. Habituado a los ritmos tradicionales, no obstante, aún sobreviven
metros ya utilizados, que irrumpen de modo predominante en algunos poemas
(endecasílabos, alejandrinos...) como la siguiente combinación de heptasílabos
y endecasílabos:
"...en
el humo azulado del cigarro, en
la líquida llama del coñac que
cruza las gargantas mojándolas
de dulces ruiseñores. ................................................ La
mano desfallece busca
el hueso del día y
se enreda en la pluma del milagro"
(Tú crees)
Aunque
puede observarse en los poemas del libro un cierto repliegue hacia la
transparencia del mensaje, hacia la sencillez expositiva (que la poesía social reclama como un requisito
esencial; la complejidad técnica del poema no puede perturbar la transmisión
de sus contenidos), Pacheco continúa empleando la instrumentación estilística
de su literatura preferencial: el surrealismo. De las vanguardias históricas
el surrealismo de posguerra heredó su proclama, atenuada ahora, de la
liberación total del hombre: de su subconsciente aprisionado por la
razón, de sus instintos reprimidos por las convenciones sociales y morales
de una sociedad burguesa, del academicismo lingüístico. La expresión
se libera así de las cadenas de la lógica con asociaciones léxicas inesperadas,
imágenes insólitas... que apelan a ser sentidas, si no comprendidas,
en la línea de otros compañeros de generación: "El discurso racional
sólo es capaz de mostrar la naturaleza de la razón, no la de la intuición,
ni la de cualquier otra cosa. Sólo el discurso poético es capaz de mostrar
la naturaleza de las cosas -que es inefable- porque la poesía también
lo es"
[12]
. Vista
desde hoy, reside en este terreno del estilo la aportación más valiosa
de la poesía de Pacheco. El paso del tiempo, que ha ocasionado un daño
irremediable a gran parte de la literatura social, ha respetado la modernidad
radical de esta poesía que conserva intacta toda su frecura originaria.
Nada más abrir el libro encontramos esta expresión original, personalísima
:
"Como
un arco caliente de violines tengo
mi espalda tengo
mi pelo oscuro como
una selva extraña"
(Autorretrato)
En La forma, Pacheco apunta una posición
estética nítida, en consonancia con los planteamientos teóricos de la
poesía social: importan los contenidos,
el mensaje, mientras que la forma debe mantener frente a ellos un rango
subsidiario, ya que la brillantez y la belleza, cuando operan sobre
el vacío conceptual, resultan inútiles:
"Si
la forma galopa como un ciervo de un ciervo de música, si
la forma se arropa con paisajes de nieve y
sólo queda el viento de su inútil belleza,
la forma no me importa"
(La forma)
A pesar
de esta declaración y otras de naturaleza similar, ya hemos visto que
Pacheco no descuidó los aspectos formales en su poesía, y fue precisamente
esta atención al plano expresivo lo que ha permitido que sobreviva con
todo su vigor frente a otras manifestaciones poéticas coetáneas. Los
supuestos surrealistas de los que parte el poeta (desprecio por la expresión
lógica, importancia del mundo del subconsciente, de lo instintivo...)
permitieron que aflorara una manera propia y personalizada de comunicación
al servicio de toda una gama de sentimientos primarios que Pacheco no
quiere sofrenar: la fe, el amor, la esperanza (Tú
crees), la rebeldía (Arpa rota), el desdén irónico ("que
siendo tan poeta / es lástima ¡qué lástima! / que escriba cosas negras
/ en vez de hacerlas blancas", Autorretrato),
la solidaridad para con el dolor ajeno (Llanto)... Este balanceo
afectivo se traduce en una imaginería que ofrece dos direcciones (un
indicio más del carácter de transición del libro): una positiva embellecedora,
que comunica realidades "blancas" (el hijo y la esposa, la
música, la poesía...): "sonoro sauce de Beethoven",
"pálidos lirios de Chopin", "soy un junco que canta",
"un encendido aliento de piano", "yerba dulce de la mujer
tendida", "como el beso de un niño"... La otra
dirección, mayoritaria en el poemario, contiene imágenes que comunican
las realidades terribles del odio y el hambre, la guerra, la tiranía,
la insolidaridad... "el
paisaje azul de los cobardes", "como una verde oruga hacia
el camino", "la babosa del odio", "recito el agua
negra, "un relámpago de níquel"... El léxico
se mueve de modo predominante en las franjas extremas del significado,
en una tensión cercana al patetismo, que W. Kayser
[13]
define como "apóstrofe lírico". El poema
parece haber nacido consciente de una indiferencia o rechazo por parte
del receptor, que hay que quebrar. Verbos, sustantivos, adjetivos...
muestran esta tendencia a "sobreactuar": sangre,
barro, fango, ascuas, entrañas, clavos, espada, hacha, rabia, muerte,
herida, cicatrices, anemia, cáncer, lepra, fiebre, gemido, clamor, sollozo,
llanto, grito...; punzar, golpear, escupir, arrastrar, vomitar, lamer,
traicionar, arrancar, enterrar, sangrar, reventar, envenenar, llorar,
morir... Señalemos,
por último, su predilección por los cruces sinestésicos (en una poesía,
sin embargo, más conceptual que sensorial): "húmedas imágenes", "mi voz azul de padre", "música
verde", "viento negro", "sonoro sauce", "sonido
azul"...
[1]
Para este aspecto, cfr. Manzano González, R. La poesía de Manuel Pacheco. Badajoz, DPDB,
1985 (en especial, Cap. I. "El poeta y su contexto", págs.
13-31).
[2] Pacheco, M. Poesía en la tierra. Madrid, Ed. Zero, 1975, pág. 7-
[3]
En la revista Gente,
Madrid (24-II-1977), citado por Pecellín Lancharro, M. Literatura en Extremadura, Tomo III. Salamanca, 1983, págs 81-82.
[4] Prólogo a Nunca se ha vivido como se muere ahora, Madrid, Ed. Zero, 1977. [5] Fragmento de una carta de Arturo Gazul a Enrique Segura, fechada en Barcelona el día 11 de mayo de 1959. [6] Regodón, J. Introducción a Poesía (1942-1984). Mérida, Ed. Regional, 1986, pág. 19. [7] Ibidem. Pág. 19. [8] Esta misma coindencia temporal entre ambos poemarios explica ciertas concomitancias temáticas, como la presencia del "hijo" en Todavía está..., mientras que Poemas al hijo exhibe alguna composición de carácter teórico, como "Hijo y poema", una de las primeras muestras de poema reflexivo en la trayectoria de Pacheco, vencido aún del lado de la ternura y del amor.
[9]
Si las editoras regionales no admitieron durante
mucho tiempo ningún poemario de la nueva etapa de Pacheco, éste pudo
publicar su poesía en revistas como Alor,
Gévora o Arcilla y pájaro, al tiempo que otras siguen ignorando su nueva poesía
o censurandola cuando la incluyen (como ocurre con la revista Angelus que incorpora -nº 13, septiembre
de 1960- el último poema de nuestro libro, pero suprime sus dos últimos
versos: "Todavía está Dios en las iglesias. / Todavía está todo
TODAVÍA").En la revista del Teologado claretiano de Zafra (Angelus, nº 11, diciembre de 1958, pág. 10) el poeta, en una breve
reseña escrita por él, afirma : "Tengo inéditos: Horizontes azules, Las vitrinas del asco, El emblema del sueño, El libro
de las odas, El libro de las descripciones, Poemas al hijo, Poemas
en forma de... y otros muchos para varios libros sin título aún.
En prosa: Cuentos, Poemas en
forma de... [sic], El hijo (Teatro) y un poema escenificado que
titulo El ángel y las cerillas".
[10] En una página reservada a informar de "otras obras del autor" figuran como "obra inédita (poesía)" los siguientes títulos: Horizontes azules, Las vitrinas del asco, El emblema del sueño, El libro de las descripciones, El libro de las odas, Poema al hijo [sic], Poemas en forma de..., El libro de las cartas. Como obras en prosa se citan: Cuentos, Prosemas en forma de... (poemas en prosa), El hijo (Teatro), El ángel y las cerillas (poema escenificado de simbolismo surrealista), Lucha de las fuerzas materiales contra las fuerzas espirituales, Mundo contra poesía.
[11]
No puede hablarse, en el ámbito del libro, de una
poesía religiosa sensu strictu
ya que en estos poemas pesa más una denuncia de naturaleza anticlerical.
Pacheco encontró la imagen del Jesús que vino a trastocar el esquema
de valores de su tiempo con un mensaje radicalmente revolucionario
en el film de Pier Paolo Passolini El
Evangelio según San Mateo, al que dedica un poema muy similar
a los que comentamos.
"este
Cristo de túnica de limosna, este
Cristo de ojos de brasas y palabras de piedra golpeando
los muros de las leyes podridas, este
Cristo en rebeldía contra todos los cánones que
inventaron los grandes de la Tierra para
aplastar y esclavizar al pueblo" (El Evangelio de Mateo, apud El cine y otros poemas)
[12]
Crespo, Angel. El texto. Citado por Palomo, M. Pilar. La poesía en el siglo XX (desde 1939), Madrid, Taurus, 1990, pág.
99
|
|||
Año 2003 -
2004
|