Manuel Simón viola

“El primer ciclo poético de Rafael Alberti: Marinero en tierra”, en Catedra Nova, diciembre de 2002, págs. 167-178.


SUMARIO

MARINERO EN TIERRA (1925)

Y

RETORNOS DE LO VIVO LEJANO (1948-1956):

REGRESOS Y OLVIDOS.

   Formación y primer ciclo poético.

 

   Si bien el acercamiento a la trayectoria vital de Rafael Alberti no es un objetivo de este trabajo, sí quisiéramos partir de un hecho biográfico que puede arrojar luz sobre el conjunto de su obra y, de modo más específico, sobre los poemarios en que queremos detenernos. Nos referimos a la peculiar formación académica recibida por el poeta en su adolescencia y juventud. Como él mismo recuerda, su paso por el colegio San Luis Gonzaga, regido por los jesuitas en su ciudad natal, estuvo marcado, tras un primer curso brillante, por una actitud que fue derivando desde el desinterés al franco rechazo. Ninguna huella positiva dejaron en el futuro poeta ni sus profesores ni las aulas de un centro que, dueñas las órdenes religiosas de los tramos de la enseñanza media, representaba una educación clerical, apegada de modo insano a la tradición, y fuertemente jerarquizada: "Allí sufrí, rabié, odié, amé, me divertí y no aprendí casi nada durante cerca de cuatro años de externado" [1] .

   Alberti repudió cordialmente el talante de sus profesores, la estricta disciplina (llegó a ser expulsado del colegio por un motivo nimio), los conocimientos librescos, incompresibles y áridos, alimentando un rencor que se prolongará con el tiempo en un anticlericalismo instintivo y radical. No lograría, sin embargo, mejores resultados en los institutos laicos de Madrid:

 

                                "Pasados unos dos meses [de su llegada a la capital] en los que mis nostalgias marítimas y salineras comenzaron a hincarme sus primeros taladros y aplacado bastante mi furor por la fuga, declaré abiertamente a mis padres que no continuaría el bachillerato, que si estaba en Madrid [...] era para hacerme pintor" [2]

 

                                "Vuelto a Madrid [desde Málaga] y siempre apremiado por toda la familia a causa de no haber cumplido mi promesa de seguir el bachillerato, continué estudianto con un poco más de ahínco [...] Llegados al fin los exámenes de septiembre, me presenté muerto de pánico en el Instituto del Cardenal Cisneros [...] Una gota de cloro me sirvió para borrar el suspenso y adjudicarme un notable..." [3]

 

   Es interesante recordar a este respecto que su animadversión por la enseñanza reglada se acentúa precisamente en aquellas materias más relacionadas con la literatura:

 

                        "... fui preparando malamente durante el verano, la Historia Universal, la Preceptiva y la Historia de la Literatura [...] Me preguntaron por la didascálica; oí hablar confusamente de paragoges, hemistiquios, hiperbatones [sic] y metonimias. Y [...] comprendí más que nunca lo hermoso y tranquilizador que era lanzarse por campos y jardines con una caja de colores, limpios los ojos y libre el pensamiento de aquel galimatías tan necesario, por lo visto, para ser buen poeta" [4] .

 

   Paradójicamente, este desprecio por el mundo académico (que perdurará en su trayectoria: el desdén por la expresión magistral, por la crítica académica...) coincide en el tiempo con una formación lectora vivida, fuera ya de las cadenas escolares, como una opción gozosa de libertad (hasta tal punto la enseñanza de la literatura se contradice, en estos años, con el placer de su consumo). Alberti, ya en Madrid, indeciso aún entre su vocación pictórica y su vocación literaria, lee versos con sus amigos "hasta rayar el alba", se entusiasma con Platero y yo, descubre los clásicos griegos (Homero, Esquilo, Teócrito, Aristófanes...)... De la literatura clásica española, nuestro poeta acrece su caudal de lecturas en Juan del Encina, Garcilaso de la Vega, Pedro de Espinosa (y, más tarde, Góngora).

   Coincidiendo con las estancias veraniegas en San Rafael de Guadarrama en donde cura dolencias pulmonares, Alberti lee la Antología poética de Juan Ramón Jiménez, Soledades, galerías y otros poemas de Antonio Machado, conoce las entregas de Ultra. Más tarde llegarán el primer poemario de García Lorca (Libro de poemas, 1921), cuando, según testimonio del propio escritor,  lleva ya compuestos numerosos poemas; por indicación de Dámaso Alonso (que le entrega un ejemplar de Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921) Alberti conocerá el Cancionero musical español de los siglos XV y XVI, de Barbieri, la poesía de Gil Vicente, obras que serán finalmente las influencias más inmediatas de Marinero en tierra.

    Nuestro poeta recoge, con estas y otras lecturas, una doble herencia: la tradición culta de los poetas del siglo de oro y la tradición popular de los Cancioneros, sumada ésta última al folclore de la Andalucía marinera que Alberti conoció en su niñez. Cuando, en torno a 1920, tras la muerte de su padre, compone sus primeros poemas, estos serán los senderos en que sitúe sus inicios de un modo preferente.

   Las revistas Horizonte (en 1922), (en 1923), Alfar (en 1924)... publican unos textos que el poeta no recogerá más tarde en libro. El lógico desconcierto del escritor autodidacta y novel explica la falta de uniformidad de estas composiciones marcadas por distintos referentes, como los tonos populares (que Alberti pudo encontrar en los cancioneros citados, pero también en numerosos poetas andaluces, especialmente en Antonio Machado y en Juan Ramón Jiménez):

 

                   Voy camino de la aldea

                por un sendero morado,

                me sigue un tropel de lirios

                al son de un arroyo extraño.

                Al pasar por mi jardín,

                sobre la rama de un árbol,

                un verde muere de amores

                por un amarillo pálido.

                Hay un poquito de ocre

                cerca de un siena tostado

                y más allá un esmeralda

                que sueña en ser azulado. [5]

 

   Otros poemas remiten a modelos esporádicos y ocasionales en su trayectoria poética: las composiciones asépticas, desconyuntadas, alógicas, del Ultraísmo.

 

                   Descalzo de las cosas

                                ¡qué polo sur el del alma!

               

                   Torre de los luceros

                                ¿qué telegrama herido

                                de gritos lleva el viento?

 

                Al corazón del mundo lo han matado

                las flechas de los nuevos flecheros.

               

                Y el eco deshilvana

                la bobina sonora de las campanas. [6]

 

   Como ocurre con el conjunto de sus compañeros de generación, no se observa en los comienzos de nuestro poeta ningún rechazo estridente del pasado, ese espíritu rebelde e iconoclasta que Alberti conoció, sin duda, en el panorama de la vanguardia madrileña. Guiado en ocasiones (Dámaso Alonso) o de modo intuitivo, el poeta se formó en el territorio, ajeno al ámbito académico, de unas lecturas selectivas que en conjunto muestran una notable coherencia. Piénsese que en los años veinte, junto a un hervidero de tendencias que se suceden rápidamente o se superponen, sobreviven los movimientos finiseculares abiertos al gran público: Realismo y Naturalismo decimonónicos (con manifestaciones de gran acogida como la novela erótica y galante de E. Zamacois y Felipe Trigo), epígonos del Modernismo apegados a sus formas (F. Villaespesa, E. Carrerre...), literatura regionalista (V. Medina, Gabriel y Galán, Luis Chamizo... El miajón de los castúos, por ejemplo, aparece en Madrid en 1921, apadrinado por Ortega Munilla)...

   Analizado el fenómeno con la perspectiva que da el paso de los años -en los comienzos de su trayectoria no hay textos teóricos de reflexión poética: un rasgo más del autodidactismo-, el propio escritor confirma el rechazo instintivo de estas corrientes epigonales (pictóricas y literarias):

 

                   "En los salones oficiales todavía colgaban sus telas los Benedito Sotomayor, Eugenio Hermoso, López Mezquita, Romero de Torres [...] El extremeño Eugenio Hermoso obtenía, creo que aquel mismo año [1919], la primera medalla por unas sonrosadas aldeanotas, portadoras de calabazas y gallinas, frente al sol del atardecer. Reinaba mucho todavía el coletazo de lo típico, la estampa buena para el museo etnográfico y mucha mala literatura castellanizante, zuloaguesca y noventaiochista" [7] .

 

   Su desinterés por la novela ("La novela española me interesaba poco o, mejor dicho, existía algo en mí que me impedía ir a su encuentro") corre pareja con el rechazo displicente de la poesía modernista epigonal, como puede deducirse de los juicios que el primer libro de García Lorca le sugiere:

 

               "...un muchacho granadino que pasaba los inviernos en la capital, hospedado en la Residencia de Estudiantes. Me entusiasmaron muchas de sus poesías, sobre todo aquellas de corte simple, popular, ornadas de graciosos estribilos cantables, Otras, en cambio, las rechacé. No comprendía cómo en aquellos años de afanes innovadores se podía publicar un canto a doña Juana la Loca y otros del mismo tono cansado y académico. Ciertas auras de Villaespesa y hasta de Zorrilla -cantores de Granada- corrían intempestivamente por el libro" [8] .

 

   Sin la uniformidad intelectual que suele acarrear una formación universitaria, apenas sin maestros (Juan Ramón fue para Alberti un estímulo indudable pero no se sabe que hiciera indicación alguna al joven sobre determinados senderos poéticos en sus inicios. Más tarde -1926- sí reprocharía al grupo su "impulsivo" gongorismo), Alberti muestra en las lecturas de su periodo de formación un sendero perfilado tanto en sus rechazos como en sus adhesiones. Con ciertas muestras aisladas de poesía ultraísta (alguna de las cuales pasarán a Marinero en tierra. Cfr. Balcón del Guadarrama: "...Con la nostalgia del mar, / mi novia bebe cerveza / en el coche-restorán"), las preferencias se decantan, como hemos visto, por modelos distintos: la poesía culta del siglo de oro y la poesía tradicional de los cancioneros. En las huellas de estos dos referentes se sitúa claramente su primera obra:

 

               "Lejos andaba yo por aquellos días de toda ingerencia o desorden ultraístico, persiguiendo una extremada sencillez, una línea melódica clara, precisa, algo de lo que Federico García Lorca había ya conseguido plenamente en su "Baladilla de los tres ríos". Pero mi nueva lírica naciente no sólo se alimentaba de canciones. Abrevaba también en Garcilaso y Pedro Espinosa. (Góngora vendría luego). Sonetos y tercetos me atraían por igual [...] A los ultraístas, que suponían una violenta y casi armada reacción contra las formas clásicas y románticas, escribir un soneto les habría aparecido cometer algo peor que un crimen. Y eso hice yo, poeta al fin y al cabo más joven, libre..." [9]

 

   En Marinero..., la poesía culta está representada por una composición en tercetos encadenados seguida de trece sonetos marcados por las innovaciones métricas del Modernismo (alejandrinos por endecasílabos, serventesios por cuartetos, cambios de rima en la segunda estrofa del soneto...). El estilo dominante, sin embargo, en este y en los dos poemarios siguientes, hasta formar todo un ciclo de contornos formales precisos, es el que ha pasado a la historia de la literatura con el nombre de Neopopularismo: una corriente poética atraída poderosamente por las manifestaciones populares tradicionales, pero con una instrumentación expresiva culta y moderna. En el "descubrimiento de procedimientos "modernos" en la poesía tradicional y su posterior ejecución en las creaciones propias" [10] se halla la esencia de esta corriente poética. Los propios representantes confirman repetidamente este empeño, y así, García Lorca puede declarar su deslumbramiento ante unos textos en que un creador inculto alcanza cimas que puden servir de modelo a cualquier poeta moderno:

 

                   "Causa extrañeza y maravilla, cómo el anónimo poeta de pueblo extracta en tres o cuatro versos toda la rara complejidad de los más altos momentos sentimentales en la vida del hombre. Hay coplas en el que el temblor lírico llega a un punto donde no pueden llegar sino contadísimos poetas.

 

                                                                Cerco tiene la luna:

                                                                mi amor ha muerto." [11]

 

   Rafael Alberti cuenta, con una complacencia expresa, que llegó a oír composiciones suyas cantadas como anónimas, el mejor indicio para un poeta neopopular de que su intento -captar la esencia de esta comunicación poética popular- ha alcanzado la diana. [12]

   En unos años de entusiasmo juvenil, de exaltación de una modernidad que, en Europa, había arrinconado las tradiciones populares en manos de la ciencia del folclore y de la historia de la literatura, España muestra de nuevo un comportamiento peculiar cuando algunos de los mejores poetas de los años veinte (precisamente aquellos con los que nuestro país alcanza el pulso de la poesía europea) exhiben una predilección nítida por la poesía popular conocida por ellos a través de los cancioneros o de la realidad de su entorno provinciano. Ahora bien, a diferencia de poetas como Manuel Machado o Antonio Machado (los poetas de generaciones anteriores contaminados en mayor o menor grado por los tonos populares), que operan con un afán mimético y restaurador, los nuevos escritores se acercan a esta poesía por lo que ven en ella de "moderno", de próximo a sus propios postulados estéticos. No les interesa el reflejo de hábitos rurales, el costumbrismo típico, la expresión castiza... (rasgos que había explotado y continuaba explotando en los años veinte la literatura regionalista), sino la expresión poética que, en ocasiones, empleaban los cantores anónimos de ese mismo mundo: la agudeza, la intuición, la manera concisa cargada de misterio o de alegre ligereza, la musicalidad, el ritmo...

   En los mejores representandes de esta corriente, la poesía adquiere una expresión escueta, contenida, de formas populares sencillas [13] , breves, sobrias en la carga retórica y en los efectos fónicos y de rima, con una marcada tendencia a la repetición de estructuras análogas: paralelismos, estribillo...

   Alberti aportó a la tendencia un talante más sereno y alegre, una actitud poética afirmativa, vitalista, quizá más superficial que la de Lorca, pero de una innegable autenticidad. La añoranza del paisaje de su niñez, se traduce, una vez recobrado ese mundo, en un alborozo infantil, en una jovialidad tan esencial (aspecto menos destacado por los críticos) a estas canciones como la nostalgia de ese mismo paraíso perdido.

   Hacia 1926, con la sensación de haber agotado un ciclo ("Ya el poema breve, rítmico, de corte musical me producía cansancio. Era como un limón exprimido del todo, difícil de sacarle jugo") [14] Alberti se embarca en una nueva fase poética, marcada por la huella del poeta cordobés a la que responderían los siguientes poemarios (en este mismo año aparecen en las revistas de Madrid las primeras composiciones de Cal y canto).

 

 

            Marinero en tierra.

 

   La edición príncipe de Marinero en tierra consta de tres partes (Alberti ha modificado sensiblemente el poemario en ediciones posteriores tanto en el número de composiciones como en su orden) [15] , precedidas de un poema prologal (Sueño del marinero) en el que nos detendremos más adelante. A influencias clásicas (Garcilaso, Pedro de Espinosa, Epístola moral a Fabio...) responde el primer grupo de textos formado por trece sonetos que evocan a amigos (Juan Antonio Espinosa, Claudio de la Torre, Gregorio Prieto, Federico García Lorca), antepasados (Rosa de Alberti, Catalina de Alberti), mujeres ficticias (Rosa-fría, Malva-luna-de-yelo), o bien dibujan paisajes idealizados de tierra y mar (Santoral agreste, La batelera y el piloto). Con toda la apariencia de "ejercicios de estilo", los poemas exhiben orgullosos su carga retórica al servicio de una belleza formal distanciada de la realidad y de la vida (justo lo contrario de lo que será habitual en su trayectoria). Las imágenes ("-nieve roja- una crespa clavellina", "vidrio de tu mano"...), el léxico  ("de amaranto, corales y de luna"...), los nombres de personajes femeninos (Coral, Serpentina, Amaranta, Rosa-fría...) remiten de modo indudable al mundo renacentista y barroco de sus modelos.

   La segunda parte incluye treinta y tres canciones que muestran un balanceo emotivo entre las tierras castellanas y las de su Andalucía natal. Aunque no hay ni epígrafe ni indicación tipográfica alguna que separe este bloque del anterior, el aspecto de los poemas cambia radicalmente: las estructuras clásicas y cerradas de rima consonante son sustituidas por las formas abiertas, breves, de metro corto y asonancias distribuidas de modo caprichoso. Del ámbito de la tradición literaria culta -en los temas y en la expresión- pasamos a una poesía sencilla, mucho más próxima a la intimidad del poeta (la sensación es que ésta no aflora, aunque aún tímidamente- hasta que el escritor no ha encontrado una forma propicia): la novia de la ciudad, el paisaje de la sierra, las aves, las flores... Pocos poemas hay en este apartado que no muestren el talante emotivo del poeta ante el mundo que comunica (de ahí la abundancia de interrogaciones, exclamaciones, diminutivos, vocativos...), muchos de ellos construidos mediante diálogos ficticios -un recurso de filiación tradicional- en que se dirige a numerosos, y variados, interlocutores:

 

            "-Mi corza, buen amigo," (Mi corza)

            "-Descálzate, amante mía," (Mi amante)

            "-Señora abubilla," (¡A volar!)

            "-Cantinera, niña mía," (Trenes)

            "-Madre, ha muerto el caballero" (El aviador) 

            "-Dame tu pañuelo, hermana," (El herido)

 

   La tercera parte -sesenta y tres canciones precedidas, a modo de prólogo, por una carta de Juan Ramón Jiménez- tiene como tema único el mar de su niñez, una idea nuclear que da al bloque un carácter más unitario, cuya originalidad no está tanto en los motivos sobre los que se poetiza como en las sensaciones dominantes, desplegadas en torno a una alacridad jovial que acaba por imponerse a la nostalgia de la idea origininaria (poeta-marinero desterrado en la ciudad). A esta alegría esencial de las visiones evocadas se suma una perspectiva infantil desde la que el poeta aborda los distintos motivos del libro ("Madre, vísteme a la usanza"...), trastocando la contemplación jerarquizada y previsible de adulto, dando protagonismo a los detalles nimios e ignorando el fondo ("¡Ay mi blusa marinera; / siempre me la inflaba el viento / al divisar la escollera!" Prólogo), lanzándose por ensoñaciones del mundo de la niñez ("Branquias quisiera tener, / porque me quiero casar. / Mi novia vive en el mar / y nunca la puedo ver")...

   Refiriéndonos al poemario en su conjunto, es preciso decir que el mar es, sin duda, el tema central del que irradian los demás. En su tratamiento, sin embargo, ofrece dos modulaciones. Por una parte, es el paisaje de la niñez, el paraíso añorado e idealizado de la infancia, y, en este sentido, va ligado a la naturaleza  del litoral: esteros, bahía, playa, dunas, islas, salinas...

   Por otra, el mar es el camino para el "viaje", real y ensoñado: remadores, pescadores, almirante de navío, piloto perdido, poeta ("Zarparé, al alba, del puerto" Con él)

   Ligados a él aparecen motivos, con mucha frecuencia personificados, como el río, el viento, las nubes o el alba (tan repetida que acaba impregnando todo el poemario: "Al alba me fui, / volví con el alba").

   Un abundante número de poemas tiene como tema la novia adolescente de los días marinos (sirena, hortelana mía,...) a cuyo recuerdo regresan los textos una y otra vez (frente a la presencia, esporádica, de la novia de la ciudad: sirena del campo, "la niña rosa, sentada"):

 

                   "Solita, en las balaustradas,

                mi niña virgen del mar

                borda las velas nevadas"

                                                (Los niños)

 

   Otros motivos, minoritarios, son la amistad (F. García Lorca, G. Prieto, Claudio de la Torre), el recuerdo de mujeres del pasado (Rosa del Alberti...) o la evocación de mujeres ficticias (Rosa-fría...), los poemas sacros (Triduo a la Virgen del Carmen, La Virgen de los Milagros).

   Mención expresa merece el contraste entre los paisajes del litoral y del interior, el primero protagonizado por: naranjas, olivas, laureles, aspidistras, algas, retamas... y gran número de animales (delfín, anguila, salmón, calamar, loba de mar, foca...). En el segundo se citan: sauces, cantuesos, pinos, madroños... (mariposa, saltamontes, mariquitas, orugas, abubilla, gorrión, calandria, ruiseñor, alcaraván, corza, lobos, cochinilla, lombriz, caracol, búho, gavilán, cigüeña, tortuga, cabra...) [16]

   El carácter popular de las predilecciones del autor se refleja en los habitantes de estos mundos, serrano uno (leñador, cantinera, pescador, barquero, jardinero, aprendiz de sastre, batelero...) y marino otro (salineros, jardinera, labradora, hortelana, marinero, vaquerillo, pescador, hortelana, timonel, torrero, guardias marinas...) [17] . Las "anomalías" que pueden encontrarse en estas relaciones encuentran su explicación en las numerosísimas trasposiciones de un paisaje a otro, y así el mar  ("búcaro fino", "manto de agua salada", "bandeja azul", "grutas del pescado"...) es además "una huerta"; su extensión se presenta como "valles salinos", "huertos salados", "jardines"..., al tiempo que las llanuras o el cielo de Castilla adquieren con frecuencia una apariencia marina ("Por el mar da la tarde / van las nubes llorando / un archipiélago de sangre" Elegía)    

 

                   "A la estepa un viento sur

                convirtiéndola está en mar.

 

                   ¡Alegría,

                ya la mar está a la vista!"

 

                                                (¡Alegría!)

 

                    "¡Tan bien como yo estaría

                en una huerta del mar,

                contigo, hortelana mía!

 

                                                (Pregón submarino)

 

   El siguiente poema, primero del libro, apareció en las sucesivas reediciones, con el epígrafe: Prólogo, bajo el título, y es precisamente su naturaleza prologal lo que nos llevará a deternernos brevemente en él.

 

                SUEÑO DEL MARINERO

 

   Yo, marinero, en la ribera mía,

posada sobre un cano y dulce río

que da su brazo a un mar de Andalucía

 

   sueño en ser almirante de navío,

para partir el lomo de los mares,

al sol ardiente y a la luna fría.            

 

   ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares

islas del norte! ¡Blanca primavera,

desnuda y yerta sobre los glaciares,

 

   cuerpo de roca y alma de vidriera!

¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,

bajo el plumero azul de la palmera!

 

   Mi sueño, por el mar condecorado,

va sobre su bajel, firme, seguro,

de una verde sirena enamorado,

 

   concha del agua allá en su seno oscuro.

¡Arrójame a las ondas, marinero:

-Sirenita del mar, yo te conjuro!

 

 

  ¡Sal de tu gruta, que adorarte quiero,

sal de tu gruta, virgen sembradora,

a sembrarme en el pecho tu lucero!

 

   Ya está flotando el cuerpo de la aurora

en la bandeja azul del oceano

y la cara del cielo se colora

 

   de carmín. Deja el vidrio de tu mano

disuelto en la alba urna de mi frente,

alga de nácar, cantadora en vano

 

   bajo el verjel azul de la corriente.

¡Gélidos desposorios submarinos,

con el ángel barquero del relente

 

   y la luna del agua por padrinos!

El mar, la tierra, el aire, mi sirena,

surcaré atado a los cabellos finos

 

   y verdes de tu álgida melena.

Mis gallardetes blancos enarbola,

¡oh marinero!, ante la aurora llena

¡y ruede por el mar tu caracola!

 

 

 

 La composición es, excepto en su estructura métrica y en el procedimiento expresivo, una buena síntesis del poemario en lo referente a la actitud poética y a los motivos temáticos. Si bien no tendrán el mismo desarrollo -en el poema y en el libro-, tres franjas espaciales organizan su estructura:

            a) Un espacio presente implícito, que remite a un apartado de las composiciones del poemario (poeta/marinero en tierra: Madrid, Sierra de Guadarrama).

            b) Un espacio evocado desde la nostalgia: la ribera del mar andaluz, en las bahías de Cádiz, junto al Guadalete (primer terceto).

            c) Un espacio de ensoñación mágica que arranca del anterior (la ribera): el viaje por alta mar (de los "yelos del sur" a las "polares islas del norte", el trópico, la novia marina, etc...)

   Si el primero de ellos se concibe como un "destierro" (acabará por darle título al libro), los otros dos son territorios o senderos de libertad, por lo que, una vez recobrados por la memoria o el ensueño, impregnan el poema con un sentimiento de exaltación afirmativa, interjeccional, dichosa..., tono que, a la postre, será el dominante en el poemario.

   La condición de poema-prólogo se manifiesta asimismo en las numerosas conexiones de tipo temático entre la presente composición y otros poemas del libro que desarrollan los motivos anunciados o los repiten (conexiones similares pueden encontrarse en las preferencias cromáticas -blanco, azul, verde, rojo- o en las imágenes). Señalemos algunos:

 

"posada sobre un cano y dulce río                   "Sobre el mar que le da su brazo al río

que da su brazo a un mar de Andalucía"         de mi país..."

                                                                                                                                (Día de Coronación I)

 

"¡Arrójame a las ondas, marinero:                     "Cuando en el fondo del mar

-Sirenita del mar, yo te conjuro!                         seas sirena"

                                                                                                                                (La niña que se va al mar)

 

"sal de tu gruta, virgen sembradora"                                "en una huerta del mar,

                                                                                contigo, hortelana  mía"

                                                                                                                                (Pregón submarino)

 

"Ya está flotando el cuerpo de la aurora                                                          "...ya clarea

en la bandeja azul del oceano"                          la alba luz sobre el llanto de los mares!"

                                                                                                                                (Día de tribulación)

 

"¡Gélidos desposorios submarinos,                  "¡Novia mía, labradora

                                                                                de los huertos submarinos!"

                                                                                                                                ("Branquias quisiera tener")

 

"Mis gallardetes blancos enarbola,                  "bajo los gallardetes rosas de la diana"

¡oh marinero!, ante la aurora llena"                                                   (A Gregorio Prieto)

 

 

 

            Retornos de lo vivo lejano en la poesía del destierro.

 

   Al comparar las trayectorias de Lorca y Alberti, tarea en que la crítica ha reincidido con frecuencia, se han señalado, junto a innegables similitudes, diferencias notables que presentan a Alberti como un escritor más sereno y alegre, a un poeta menos preocupado que suele recurrir al humor para eludir lo patético. Como otros componentes de su generación (Lorca, G. Diego...), pero en un grado mayor, su trayectoria sufre varios cambios estilísticos, hecho que debe interpretarse como expresión de una personalidad literaria entusiasmada, inquieta y radicalmente moderna (y no como indicio de inseguridad o eclecticismo).

   A su primer ciclo poético (Marinero en tierra, 1925, La amante, 1926, El alba del alhelí, 1927) le suceden, en 1929, dos poemarios ligados a tendencias relevantes de su generación: el gongorismo (Cal y canto) y el surrealismo (Sobre los ángeles), a los que siguen los textos de la militancia (Consignas, 1933, El poeta en la calle, 1931-36, De un momento a otro, 1932-38).

   A diferencia de otros poetas del 27 no hay en Alberti, al término de la Guerra Civil, un corte en la cadencia de sus publicaciones ni en la evolución interna de su poesía, y así, inciado en París, su primer destino de desterrado, Alberti completa y publica Entre el clavel y la espada en Buenos Aires (1941), y en la capital argentina aparecerá la mayor parte de los títulos del destierro: Pleamar (1944), A la pintura (1945), Coplas de Juan Panadero (1949), Buenos Aires en tinta china (1951), Retornos de lo vivo lejano (1952), Baladas y canciones del Paraná (1953).

   El final de la contienda no supone un quiebro brusco en su concepción de la poesía (finalidad, instrumentación expresiva...), pues éste, realmente, se había producido a comienzos de los años 30 coincidiendo con su ingreso en el Partido Comunista. Fuera de España Alberti conjugará caracteres y motivos de su poesía anterior con las nuevas aportaciones de "testimonio del destierro" de los nuevos libros. En este contexto se inscribe Retornos de lo vivo lejano (1952). El hecho de que su composición se solape con la de otros poemarios (Poemas de la punta del Este, Coplas de Juan Panadero, Baladas y canciones del Paraná) presta al libro un perfil de peculiaridades propias y caracteres compartidos: la denuncia, el contraste de paisajes, el recuerdo de España, el paso del tiempo...

   Entre los libros de este periodo, Retornos... es, como comunica desde el título, el poemario más apegado al recuerdo, a la añoranza nostálgica y dolorida, sentimiento que engarza los poemas en una obra unitaria a pesar de la dispersidad temática. A este tono emotivo se suma, acentuando la unidad del conjunto, la forma elegida: largas series de versos de andadura amplia, sin rima, que fluyen libremente al servicio de una poesía transparente, sincera, confesional.

  Retornos... es un poemario que tiene como impulso motor el recuerdo, aspecto que la emparenta con muchas otras obras poéticas de nuestro siglo -algunas del propio Alberti- y la condena a la nostalgia (recordar es pasar lo vivido por la memoria y por el corazón). En este sentido Marinero en tierra y Retornos de lo vivo lejano arrancan de una misma situación sicológica y biográfica: el desagrado y la desazón ante un entorno exterior impuesto por las circunstancias, en donde, en lugar de vivir, se prefiere ejercitar la memoria, esto es, inventariar las pérdidas ya irrecuperables, pero tras esta semenjanza se esconde, a poco que profundicemos en su lectura, una primera diferencia que condicionará los tonos respectivos de las dos obras. Marinero... evoca la niñez en un paisaje marino y unos sentimientos dominantes con que se ésta se vivió (júbilo, sensación de libertad...), en un movimiento de búsqueda y hallazgo que se traduce en "canción" (alegre, infantil, jubilosa); en Retornos... el número de pérdidas es mayor: paisajes de la niñez y de la juventud, pero también la propia juventud, la familia, el pueblo, la patria y los destinos soñados para ella...., vividas en el presente como un naufragio irreparable que desemboca en "lamento", entre la desesperanza y la desesperación:

 

                "mas hay horas, hay días, hasta meses y años

                en que se carga el alma de una justa tristeza

                y por tantos motivos que luchan silenciosos

                rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.

                (...)

                me repito: Confiesa,

                grita valientemente que quisieras morirte.

               

                Di también: Tienes frío.

                Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen."

                                                                                (Nuevos retornos del otoño) [18]

 

   Salvo en algunos poemas aislados, el poeta ignora el presente y el entorno para buscar lo ya vivido con un tesón obstinado, intencional, ("Deliberadamente he venido a soñarte"):

 

                "Reclino la cabeza,

                llevo el oído al hoyo de la mano

                para pasar mejor lo que de lejos

                con las olas de allí, con las olas de allá

                chorreando me viene"

                                                (Retornos de una tarde de lluvia)

 

   Es este empeño, dramático y doloroso, el que consigue hacer brotar los instantes de una vida que Alberti agrupará en tres apartados dentro del poemario. El primero de ellos (once composiciones) incluye momentos correspondientes a su niñez en El Puerto (seis poemas) y su juventud en Madrid (cuatro poemas).

   Al paisaje gaditano se asocia el recuerdo familiar, el aborrecido ámbito de las aulas ("las horas prisioneras en un duro pupitre") y el destello de la libertad en las playas y en las dunas [19] . Se trata, sin duda, del grupo de poemas que presenta un mayor número de conexiones temáticas con Marinero en tierra: el mundo de los seres queridos, madre y hermanos, amigos de la infancia y las primeras aventuras por los alrededores ("a  buscar caracoles por las tapias [...] a lidiar becerrillos todavía con sustos / de alegres colegiales sorprendidos de pronto." R. de una tarde de lluvia), los paseos por las playas ("...Vamos, / descalzos por las rocas, en los presos olvidos / del agua, en su dorsales / osamentas, sin miedo. R. de una mañana de primavera) o simplemente la belleza del paisaje gaditano:

 

                Venid, días dichosos, que regresáis de lejos

                teniendo por morada las velas de un molino;

                por espejo de luna, la que el sol tiró al pozo,

                y por bienes del alma,

                todo el mar apresado en pequeñas bahías.

                Llegad, alegres olas de mis años, risueños

                labios de espuma abierta de las blancas edades"

                                                                (R. de una isla dichosa)

  

   A la juventud madrileña pertenece un grupo menor de poemas, dentro de este apartado, que evoca momentos grabados en la memoria por su especial significado en los inicios de su trayectoria poética (visita a Juan Ramón Jíménez, R. de un día de cumpleaños) o episodios cargados de dramatismo (como el Museo del Prado vacío, una vez retirados los lienzos para salvarlos de los bombardeos indiscriminados de la capital, R. de un museo deshabitado)...

   Como dijimos, es el propio recuerdo el que opera como vertebrador del poemario y, en lugar de una ordenación cronológica (que no se da: el recuerdo va y regresa de un periodo a otro, de una ciudad a otra...), los poemas se suceden, más bien, por una proximidad emotiva: al primer poema, en cierta medida prologal, que evoca fugazmente las aventuras intanfiles ("de alegres colegiales sorprendidos...") le sucede una composición que desarrolla el contraste entre las sensaciones de aprisionamiento (colegio) y libertad (mar); a éste, un texto que evoca la liberación sentida, en compañía de su hermana pequeña, por las playas, y a éste, por último, el recuerdo de su madre y hermanos, de modo que los cuatro poemas vienen a constituir un grupo con cierta autonomía dentro del primer apartado (paisaje común, seres queridos, sentimientos semejantes...).

   Algo parecido ocurre más adelante: a la evocación de los colores del paisaje de la niñez (R. a través de los colores) le sigue, por proximidad conceptual pero también por contraste, una evocación del Museo del Prado, ahora vacío de colores.

   Alberti rehúye así cualquier estructura mecánica (por ejemplo, temporal), fiel a una memoria que no suele actuar nunca mediante mecanismos cronológicos lineales, sino de "intensidad emotiva" en donde la evocación de una experiencia desencadena el recuerdo de otras cercanas (en el espacio o en el tiempo, pero más comúnmente, en la proximidad de los sentimientos).

    Esta obstinación por recobrar el pasado explica el escaso protagonismo del nuevo paisaje del destierro en el libro y, cuando éste aparece, adquiere la condición de "trampolín" para el recuerdo ("No es difícil llegar hasta ti sin moverse"). Es significativo, por lo demás, que sean elementos de la naturaleza los que actúan como desencadenantes del mismo: la lluvia cayendo, unas flores marchitas, el viento, una hoja, una estrella...

 

                "También estará ahora lloviendo, neblinando

                en aquellas bahías de mis muertes,

                de mis años aún vivos sin muertes"

                                                                (R. de una tarde de lluvia)

 

                "Por los jazmines caídos recientes y corolas

                de dondiegos de noche vencidas por el día,

                me escapo esta mañana inaugural de octubre

                hacia los lejanísimos años de mi colegio"

                                                                (R. de los días colegiales)

 

                "La felicidad vuelve con el nombre ligero

                de un presuroso y grácil joven alado: Aire.

                Por parasoles verdes, las sombras que retornan

                contestan, y el amor, por otro nombre: Isla"

                                                                (R. de una isla dichosa)

               

                "Pero basta el más leve palpitar de una hoja,

                una estrella borrada que respira de pronto

                para vernos los mismos alegres que llenamos

                los lugares que juntos nos tuvieron"

                                                                (R. del amor en los vividos paisajes)

 

   El segundo apartado del libro (veinte poemas) es, sin duda, más unitario, hasta el punto de presentar un epígrafe específico (Retornos de amor). Salvo algún poema aislado que parece recordar una aventura galante (R. del amor en un palco de teatro) [20] , todas las composiciones del bloque poetizan el gran amor de la juventud desde los inicios tocados por el escándalo (María Teresa León era casada) hasta la consumación y la plenitud. El contenido específico de los textos da a este apartado una mayor unidad y aunque se evocan episodios vividos en distintos lugares (Madrid, Guadarrama, Génova, Mallorca...) les une la condición de experiencia juvenil teñida por la pasión y la entrega mutua.

   En contra de lo que podía esperarse, el mar sigue teniendo en este apartado una presencia notable, en primer lugar porque aparece como fondo real de determinados momentos biográficos (R. del amor en las dunas radiantes, R. del amor fugitivo en los montes, R. del amor en las arenas), pero también por la predilección de Alberti a utilizarlo como segundo término de las identificaciones metafóricas. En estas construcciones mar y mujer suelen fundirse en una única realidad siempre anhelada, ya sea cuando la identificación camina en un sentido (mar: mujer) o en otro (mujer: mar).

 

                "donde el mar tiende piernas azules,

                mece labios que cantan

                y brazos ya nocturnos que me ciñen y llevan"

                                                                (R. del amor en las dunas radiantes)

 

                "Eras en aquel tiempo rubia y grande,

                sólida espuma ardiente y levantada.

                Parecías un cuerpo desprendido

                de los centros del sol, abandonado

                por un golpe de mar en las arenas.

                (...)

                Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo."

                                                                (R. del amor tal como era)

 

                "Ven, amor mío, ven, en esta noche

                sola y triste de Italia. Son tus hombros

                fuertes y bellos los que necesito.

                (...)

                dichoso mar, abierta playa mía."

                                                                (R. del amor en la noche triste)

 

                "Son tus costados como dos lejanas

                bahías en reposo

                (...)

                Amor mío, tus piernas son dos palyas,

                dos médanos tendidos que se elevan..."

                                                                (R. del amor en medio del mar)

 

   La tercera parte (catorce poemas) incorpora composiciones con varios centros de interés. Si bien se mantiene el sintagma "Retornos de..." como título único de todos los poemas, éstos abren en abanico la gama temática, incluyendo evocaciones (poemas: uno, sexto, séptimo, noveno), varias muestras de diálogo-homenaje (poemas: dos, cuatro, doce, trece, catorce), desarrollando una reflexión (poemas: tres, ocho, diez, once) o derivando hacia el lamento (cinco).

   El destierro, contemplado en la primera parte del poemario como una tragedia personal, se enriquece aquí con consideraciones de carácter colectivo que aproximan los textos a una poesía cívica de profunda preocupación social ("Júntanos, madre. Acerca / esa preciosa rama / tuya..." R. de una sombra maldita). El amor a la patria (R. frente a  los litorales españoles) camina parejo con el amor al pueblo español en cuyo seno, como un mar, el poeta ha vivido y aún se siente inmerso:

 

                "¡Qué claro que me pareces así, cómo te veo

                de ese modo a mi lado, cómo tu combatida

                sombra se hace de luz, y es tu mar, son los círculos

                de tus ilimitadas ondas los que me llevan

                fundido y confundido con tu ser, con tu antigua

                leyenda, con tus verdes y misteriosos mitos,

                tu verídica historia pasada y real presente!"

                                                                (R. del pueblo español)

 

   La libertad se vive en estos poemas como una añoranza nostálgica, aprisionado ahora, imposibilitado su regreso, dueños hombres anónimos de su destino:

 

                Ahí sigues, sí, aguardando

                que algún triste, que algunos

                sin nombre, tenebrosos,

                manden en ti, dispongan de tu clara

                vida, del libre viento que sopla de tu lengua

                y fue armando la firme palabra de tu obra"

                                                                (R. de una dura obsesión)

 

   Junto a otros tristes recuerdos -Federico asesinado...-, el poemario finaliza con el diálogo con los poetas hermanos, en cuya obra ha encontrado fuerzas para una reafirmación de su propio destino: Yehuda Halevi en Toledo, Paul Éluard y Francia, Bertolt Brecht en Berlín, Vicente Aleixandre.

 

 

            Marinero en tierra y Retornos de lo vivo lejano. Constantes temáticas y estilo.

 

   Dijimos en otro lugar que los momentos correspondientes a la composición de ambos poemarios guardan una cierta similitud debida a la misma condición de hombre desterrado en un entorno (paisajístico, humano, afectivo) extraño  e impuesto, y en ambos el recuerdo actúa como palanca de la creación literaria [21]   (tanto es así que el título del segundo libro bien podría servir, si atendemos a su contenido, para denominar al primero). La memoria interviene, consciente y obstinada, para rescatar del olvido paisajes, instantes, sentimientos de un pasado irrecuperable si no es a través del texto literario. La poesía puede así eternizar episodios o sensaciones que de otro modo se perderían irremediablemente.

 

                "Ha llegado ese tiempo en que los años,

                las horas, los minutos, los segundos vividos

                se perfilan de ti, se llenan de nosotros,

                y se hace urgente, se hace necesario,

                para no verlos irse con la muerte,

                fijar en ellos nuestras más dichosas,

                sucesivas imágenes"

                                                (R. del amor en los balcones)

 

   Esta intención, y pasamos del territorio de las semejanzas al de las diferencias, se presenta como más acuciante y dramática (en Marinero... no está explícita) en Retornos... ¿Por qué? La respuesta, anunciada ya más arriba, tiene que ver con un parejo cambio de tono o, si se quiere, de intensidad: Retornos... remite a pérdidas más graves, a un desarraigo personal y social, a un destierro real, destierro que en Marinero... no deja de ser un "tema literario", ausente, por cierto, en las primeras composiciones de Alberti [22] . Por esta y otras razones ya apuntadas -influencias de la poesía tradicional-, las composiciones de Marinero en tierra suelen desembocar, desde un arranque nostálgico, en el júbilo intantil y en el juego, mientras que los poemas de Retornos... rezuman una desesperación que la complacencia en los recuerdos de antaño apenas si puede velar:

 

   "...Y ya estarán los esteros

rezumando azul de mar.

¡Dejadme ser salineros,

granito del salinar!

 

   ¡Qué bien, a la madrugada,

correr en las vagonetas

llenas de nieve salada

hacia las blancas casetas!"

(...)

                (Salinero)

 

"Me voy de aquí, me alejo, llorando, sí llorando

(Ya es hora de gritar que estoy llorando, es hora

ya otra vez, nuevamente, de gritar que lo estoy);

me voy de aquí, me alejo

por esta interminable desgracia desoída,

con los hombros doblados de abandonadas hojas

y la frente ya dentro del otoño".

 

                (R. de una mañana de otoño)

 

 

   Si de la actitud poética que subyace en ambos poemarios pasamos a la instrumentación expresiva, observaremos que las diferencias crecen, ya que en el segundo libro no hay, estrictamente, ningún "retorno" estilístico al mundo de Marinero... (de hecho, en Alberti no se observan regresos a ciclos que él cree ya agotados), y si puede apreciarse en ambas obras un cierto "amaneramiento" formal [23] (son escasos los poemas que no exhiben algún destello metafórico brillante), les separan, sin duda, características de mayor calado que remiten, finalmente, a una distinta concepción poética: Marinero..., con algunas vacilaciones propias del poeta autodidacta, se instala en una tendencia obsesionada por la modernidad, por la brillantez, con una expresión formal de perfiles -y modelos- precisos. En Retornos... hay una mayor preocupación por los contenidos, por una dicción personal (Alberti ya no necesita ningún reconocimiento externo de su valía), sincera y confesional. [24]

   Por lo que respecta a la temática de ambos libros, es preciso comenzar diciendo que resultan, también en este plano, más relevantes las diferencias que las similitudes. Dado el marcado carácter autobiográfico del segundo poemario -en general, de toda la poesía albertiana- es lógico que éste incluya temas diferenciales (todos aquellos que remiten a vivencias posteriores a 1924), y así, el amor vivido como la plenitud del deseo, como la entrega mutua de los amantes, comunicado mediante una imaginería fuertemente erótica está ausente en Marinero... (en Retornos... protagoniza las veinte composiciones de "Retornos de amor") [25]

 

                                            "Se anegaban

                en ti los más lucidos paisajes:

                claros, agudos montes coronados

                de nieve rosa, fuentes escondidas

                en el rizado umbroso de los bosques"

                                                (R. del amor recién aparecido)

 

   Los poemas de homenaje con que se abre Marinero... -amigos de juventud: Juan Antonio Espinosa, Claudio de la Torre, Gregorio Prieto, Federico García Lorca- tienen su correlato, en el segundo poemario, en un grupo de poemas que de nuevo responden a experiencias vitales y lectoras más tardías: Yehuda Halevi, Paul Eluard, Bertolt Brecht, Vivente Aleixandre.

   Otros motivos, específicos de Retornos..., son la familia -madre y hermanos- (ausentes en Marinero... ya que en los años veinte no son una pérdida que haya que recobrar por el recuerdo), la patria y sus destinos, la denuncia del cainismo español y de la tiranía... [26]

   Como territorio común a ambos poemarios quedan básicamente los temas de la niñez y del paisaje gaditano, centros de unas constelaciones de motivos menores. De modo mayoritario, el primer apartado de Retornos... regresa al mundo de la infancia, y es en estos poemas donde encontramos el mayor número de conexiones temáticas cuyo interés radica tanto en las reiteraciones como en supresiones y añadidos.

   La presencia del mar y su ribera es, sin duda, relevante en los dos libros. Su inclusión genera las más bellas imágenes y aporta gran número de los "paisajes" de estos recuerdos protagonizados por líneas, contornos y colores: las blancas velas al viento, la extensión azul de los esteros, los verdes retamares amargos, las playas besadas por los "labios de espuma" de las olas..., y siempre la superficie azul, verde o negra del mar; pero el mar es también un espacio de libertad, por lo que las dos nociones acabarán por ser, en el mundo poético de Alberti, sinónimas. Esta identificación -de origen romántico- late tanto en un poemario como en otro y en ambos la idea de mar-libertad está oponiéndose a tierra-destierro [27] . Situado el segundo término de la antítesis en el presente, es natural que esta poesía esté volcada ineludiblemente hacia una nostalgia más o menos desesperanzada.

   La evocación de la novia de su días marinos, del paisaje del Guadarrama, de los "huertos submarinos", de la figura de Juan Ramón Jiménez... son, por último, otras conexiones temáticas que señalamos en las siguientes citas

 

"Cuando la tormenta, amiga                                               "...y la tormenta, también, los ya distantes

clave un rejón en la vela"                                   truenos con gritos celebrados, últimos,

                                                                                                el fustazo final del rayo por las torres"

                (La niña que se va al mar)                                                 (R. de una tarde de lluvia)

 

 

"que zarpamos del mundo sobre la crin del viento"       "...yo sé quién se desboca

                                                                                                cantando en ese potro negro de sal y espuma"

                                (A Gregorio Prieto)                                                             (Ibidem)

 

 

"El mar, la tierra, el aire, mi sirena,                     "Llévame, ciegamente victoriosa, ceñida

surcaré atado a los cabellos finos                     tu cabeza de algas, hacia los ondulados

                                                                                                linderos que aurolean los blancos retamares"

y verdes de tu álgida melena"

                                (Sueño del marinero)                                          (R. de una mañana de primavera)                                                                                   

               

"Dejadme pintar de azul                                      "mapas coloreados

el mar de todos los atlas"                                   azul niño de atlas"

                                (A R. Tagore)                                                        (R. de un día de cumpleaños)

 

 

"¡Brazos de mar, en cruz, sobre la helada         "en estas solitarias horas donde las olas

bandeja de la noche; senos fríos,                      rompen con los perfiles de tus hondos costados,

de donde surte, yerta, la alborada;                    donde el batido mar tiende piernas azules,

                                                                                                mece labios que cantan

oh piernas como dos celestes ríos,"                                 y brazos ya nocturnos que me ciñen y llevan.

                                (Malva-luna-de-yelo)                                         (R. del amor en las dunas radiantes)              

 

 

"Ya el silbido de ese tren                                    "Subía el silbo de los trenes. Tiemblos

rayado habrá el Manzanares"                                            de farolillos de verbena y músicas

                                (Medianoche)                                       de los kioscos y encendidos árboles

"Cucaña en el río.                                                 remontaban y súbitos diluvios

Casetas de feria.                                                   de cometas veloces que vertían

Girando, los tíos-vivos.                                       en sus ojos fugaces resplandores"

                                (Correo)                                                                (R. del amor en una azotea)

 

 

"¡Novia azul en la baranda                                 "Tus cabellos tendidos vuelan de los balcones

de los últimos balcones"                                    a enredarse en la trama delgada de las redes"

                                (Prólogo en la sierra)                                         (R. del amor en los balcones)

 

 

"¡Novia mía, labradora                                        "desde las amarradas comarcas encendidas

de los huertos submarinos"                                               de tu recién nacido soñar, por los profundos

                                (A J. Mª Hinojosa)                               valles de huertos submarinos, por las verdes

"¡Tan bien como yo estaría                                                laderas de delfines, sumergidos senderos

en una huerta del mar,                                                         que iban a dar a dulces sirenas deseadas"

contigo, hortelana mía!"

                                (Pregón submarino)                                            (R. de la dulce libertad)

 


 

 

EL PRIMER CICLO POÉTICO DE RAFAEL ALBERTI:

 

 

MARINERO EN TIERRA (1925)

 

            Formación y primer ciclo poético.

 

   Si bien el acercamiento a la trayectoria vital de Rafael Alberti no es un objetivo de este trabajo, sí quisiéramos partir de un hecho biográfico que puede arrojar luz sobre el conjunto de su obra y, de modo más específico, sobre los poemarios en que queremos detenernos. Nos referimos a la peculiar formación académica recibida por el poeta en su adolescencia y juventud. Como él mismo recuerda, su paso por el colegio San Luis Gonzaga, regido por los jesuitas en su ciudad natal, estuvo marcado, tras un primer curso brillante, por una actitud que fue derivando desde el desinterés al franco rechazo. Ninguna huella positiva dejaron en el futuro poeta ni sus profesores ni las aulas de un centro que, dueñas las órdenes religiosas de los tramos de la enseñanza media, representaba una educación clerical, apegada de modo insano a la tradición, y fuertemente jerarquizada: "Allí sufrí, rabié, odié, amé, me divertí y no aprendí casi nada durante cerca de cuatro años de externado" [28] .

   Alberti repudió cordialmente el talante de sus profesores, la estricta disciplina (llegó a ser expulsado del colegio por un motivo nimio), los conocimientos librescos, incompresibles y áridos, alimentando un rencor que se prolongará con el tiempo en un anticlericalismo instintivo y radical. No lograría, sin embargo, mejores resultados en los institutos laicos de Madrid:

 

                                "Pasados unos dos meses [de su llegada a la capital] en los que mis nostalgias marítimas y salineras comenzaron a hincarme sus primeros taladros y aplacado bastante mi furor por la fuga, declaré abiertamente a mis padres que no continuaría el bachillerato, que si estaba en Madrid [...] era para hacerme pintor" [29]

 

                                "Vuelto a Madrid [desde Málaga] y siempre apremiado por toda la familia a causa de no haber cumplido mi promesa de seguir el bachillerato, continué estudianto con un poco más de ahínco [...] Llegados al fin los exámenes de septiembre, me presenté muerto de pánico en el Instituto del Cardenal Cisneros [...] Una gota de cloro me sirvió para borrar el suspenso y adjudicarme un notable..." [30]

 

   Es interesante recordar a este respecto que su animadversión por la enseñanza reglada se acentúa precisamente en aquellas materias más relacionadas con la literatura:

 

                        "... fui preparando malamente durante el verano, la Historia Universal, la Preceptiva y la Historia de la Literatura [...] Me preguntaron por la didascálica; oí hablar confusamente de paragoges, hemistiquios, hiperbatones [sic] y metonimias. Y [...] comprendí más que nunca lo hermoso y tranquilizador que era lanzarse por campos y jardines con una caja de colores, limpios los ojos y libre el pensamiento de aquel galimatías tan necesario, por lo visto, para ser buen poeta" [31] .

 

   Paradójicamente, este desprecio por el mundo académico (que perdurará en su trayectoria: el desdén por la expresión magistral, por la crítica académica...) coincide en el tiempo con una formación lectora vivida, fuera ya de las cadenas escolares, como una opción gozosa de libertad (hasta tal punto la enseñanza de la literatura se contradice, en estos años, con el placer de su consumo). Alberti, ya en Madrid, indeciso aún entre su vocación pictórica y su vocación literaria, lee versos con sus amigos "hasta rayar el alba", se entusiasma con Platero y yo, descubre los clásicos griegos (Homero, Esquilo, Teócrito, Aristófanes...)... De la literatura clásica española, nuestro poeta acrece su caudal de lecturas en Juan del Encina, Garcilaso de la Vega, Pedro de Espinosa (y, más tarde, Góngora).

   Coincidiendo con las estancias veraniegas en San Rafael de Guadarrama en donde cura dolencias pulmonares, Alberti lee la Antología poética de Juan Ramón Jiménez, Soledades, galerías y otros poemas de Antonio Machado, conoce las entregas de Ultra. Más tarde llegará el primer poemario de García Lorca (Libro de poemas, 1921), cuando, según testimonio del propio escritor,  lleva ya compuestos numerosos poemas; por indicación de Dámaso Alonso (que le entrega un ejemplar de Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921) Alberti conocerá el Cancionero musical español de los siglos XV y XVI, de Barbieri, la poesía de Gil Vicente, obras que serán finalmente las influencias más inmediatas de Marinero en tierra.

    Nuestro poeta recoge, con estas y otras lecturas, una doble herencia: la tradición culta de los poetas del siglo de oro y la tradición popular de los Cancioneros, sumada ésta última al folclore de la Andalucía marinera que Alberti conoció en su niñez. Cuando, en torno a 1920, tras la muerte de su padre, compone sus primeros poemas, estos serán los senderos en que sitúe sus inicios de un modo preferente.

   Las revistas Horizonte (en 1922), (en 1923), Alfar (en 1924)... publican unos textos que el poeta no recogerá más tarde en libro. El lógico desconcierto del escritor autodidacta y novel explica la falta de uniformidad de estas composiciones marcadas por distintos referentes, como los tonos populares (que Alberti pudo encontrar en los cancioneros citados, pero también en numerosos poetas andaluces, especialmente en Antonio Machado y en Juan Ramón Jiménez):

 

                   Voy camino de la aldea

                por un sendero morado,

                me sigue un tropel de lirios

                al son de un arroyo extraño.

                Al pasar por mi jardín,

                sobre la rama de un árbol,

                un verde muere de amores

                por un amarillo pálido.

                Hay un poquito de ocre

                cerca de un siena tostado

                y más allá un esmeralda

                que sueña en ser azulado. [32]

 

   Otros poemas remiten a modelos esporádicos y ocasionales en su trayectoria poética: las composiciones asépticas, desconyuntadas, alógicas, del Ultraísmo.

 

                   Descalzo de las cosas

                                ¡qué polo sur el del alma!

               

                   Torre de los luceros

                                ¿qué telegrama herido

                                de gritos lleva el viento?

 

                Al corazón del mundo lo han matado

                las flechas de los nuevos flecheros.

               

                Y el eco deshilvana

                la bobina sonora de las campanas. [33]

 

   Como ocurre con el conjunto de sus compañeros de generación, no se observa en los comienzos de nuestro poeta ningún rechazo estridente del pasado, ese espíritu rebelde e iconoclasta que Alberti conoció, sin duda, en el panorama de la vanguardia madrileña. Guiado en ocasiones (Dámaso Alonso) o de modo intuitivo, el poeta se formó en el territorio, ajeno al ámbito académico, de unas lecturas selectivas que en conjunto muestran una notable coherencia. Piénsese que en los años veinte, junto a un hervidero de tendencias que se suceden rápidamente o se superponen, sobreviven los movimientos finiseculares abiertos al gran público: Realismo y Naturalismo decimonónicos (con manifestaciones de gran acogida como la novela erótica y galante de E. Zamacois y Felipe Trigo), epígonos del Modernismo apegados a sus formas (F. Villaespesa, E. Carrerre...), literatura regionalista (V. Medina, Gabriel y Galán, Luis Chamizo... El miajón de los castúos, por ejemplo, aparece en Madrid en 1921, apadrinado por Ortega Munilla)...

   Analizado el fenómeno con la perspectiva que da el paso de los años -en los comienzos de su trayectoria no hay textos teóricos de reflexión poética: un rasgo más del autodidactismo-, el propio escritor confirma el rechazo instintivo de estas corrientes epigonales (pictóricas y literarias):

 

                   "En los salones oficiales todavía colgaban sus telas los Benedito Sotomayor, Eugenio Hermoso, López Mezquita, Romero de Torres [...] El extremeño Eugenio Hermoso obtenía, creo que aquel mismo año [1919], la primera medalla por unas sonrosadas aldeanotas, portadoras de calabazas y gallinas, frente al sol del atardecer. Reinaba mucho todavía el coletazo de lo típico, la estampa buena para el museo etnográfico y mucha mala literatura castellanizante, zuloaguesca y noventaiochista" [34] .

 

   Su desinterés por la novela ("La novela española me interesaba poco o, mejor dicho, existía algo en mí que me impedía ir a su encuentro") corre pareja con el rechazo displicente de la poesía modernista epigonal, como puede deducirse de los juicios que el primer libro de García Lorca le sugiere:

 

               "...un muchacho granadino que pasaba los inviernos en la capital, hospedado en la Residencia de Estudiantes. Me entusiasmaron muchas de sus poesías, sobre todo aquellas de corte simple, popular, ornadas de graciosos estribilos cantables, Otras, en cambio, las rechacé. No comprendía cómo en aquellos años de afanes innovadores se podía publicar un canto a doña Juana la Loca y otros del mismo tono cansado y académico. Ciertas auras de Villaespesa y hasta de Zorrilla -cantores de Granada- corrían intempestivamente por el libro" [35] .

 

   Sin la uniformidad intelectual que suele acarrear una formación universitaria, apenas sin maestros (Juan Ramón fue para Alberti un estímulo indudable pero no se sabe que hiciera indicación alguna al joven sobre determinados senderos poéticos en sus inicios. Más tarde -1926- sí reprocharía al grupo su "impulsivo" gongorismo), Alberti muestra en las lecturas de su periodo de formación un sendero perfilado tanto en sus rechazos como en sus adhesiones. Con ciertas muestras aisladas de poesía ultraísta (alguna de las cuales pasarán a Marinero en tierra. Cfr. Balcón del Guadarrama: "...Con la nostalgia del mar, / mi novia bebe cerveza / en el coche-restorán"), las preferencias se decantan, como hemos visto, por modelos distintos: la poesía culta del siglo de oro y la poesía tradicional de los cancioneros. En las huellas de estos dos referentes se sitúa claramente su primera obra:

 

               "Lejos andaba yo por aquellos días de toda ingerencia o desorden ultraístico, persiguiendo una extremada sencillez, una línea melódica clara, precisa, algo de lo que Federico García Lorca había ya conseguido plenamente en su "Baladilla de los tres ríos". Pero mi nueva lírica naciente no sólo se alimentaba de canciones. Abrevaba también en Garcilaso y Pedro Espinosa. (Góngora vendría luego). Sonetos y tercetos me atraían por igual [...] A los ultraístas, que suponían una violenta y casi armada reacción contra las formas clásicas y románticas, escribir un soneto les habría aparecido cometer algo peor que un crimen. Y eso hice yo, poeta al fin y al cabo más joven, libre..." [36]

 

   En Marinero..., la poesía culta está representada por una composición en tercetos encadenados seguida de trece sonetos marcados por las innovaciones métricas del Modernismo (alejandrinos por endecasílabos, serventesios por cuartetos, cambios de rima en la segunda estrofa del soneto...). El estilo dominante, sin embargo, en este y en los dos poemarios siguientes, hasta formar todo un ciclo de contornos formales precisos, es el que ha pasado a la historia de la literatura con el nombre de Neopopularismo: una corriente poética atraída poderosamente por las manifestaciones populares tradicionales, pero con una instrumentación expresiva culta y moderna. En el "descubrimiento de procedimientos "modernos" en la poesía tradicional y su posterior ejecución en las creaciones propias" [37] se halla la esencia de esta corriente poética. Los propios representantes confirman repetidamente este empeño, y así, García Lorca puede declarar su deslumbramiento ante unos textos en que un creador inculto alcanza cimas que puden servir de modelo a cualquier poeta moderno:

 

                   "Causa extrañeza y maravilla, cómo el anónimo poeta de pueblo extracta en tres o cuatro versos toda la rara complejidad de los más altos momentos sentimentales en la vida del hombre. Hay coplas en el que el temblor lírico llega a un punto donde no pueden llegar sino contadísimos poetas.

 

                                                                Cerco tiene la luna:

                                                                mi amor ha muerto." [38]

 

   Rafael Alberti cuenta, con una complacencia expresa, que llegó a oír composiciones suyas cantadas como anónimas, el mejor indicio para un poeta neopopular de que su intento -captar la esencia de esta comunicación poética popular- ha alcanzado la diana. [39]

   En unos años de entusiasmo juvenil, de exaltación de una modernidad que, en Europa, había arrinconado las tradiciones populares en manos de la ciencia del folclore y de la historia de la literatura, España muestra de nuevo un comportamiento peculiar cuando algunos de los mejores poetas de los años veinte (precisamente aquellos con los que nuestro país alcanza el pulso de la poesía europea) exhiben una predilección nítida por la poesía popular conocida por ellos a través de los cancioneros o de la realidad de su entorno provinciano. Ahora bien, a diferencia de poetas como Manuel Machado o Antonio Machado (los poetas de generaciones anteriores contaminados en mayor o menor grado por los tonos populares), que operan con un afán mimético y restaurador, los nuevos escritores se acercan a esta poesía por lo que ven en ella de "moderno", de próximo a sus propios postulados estéticos. No les interesa el reflejo de hábitos rurales, el costumbrismo típico, la expresión castiza... (rasgos que había explotado y continuaba explotando en los años veinte la literatura regionalista), sino la expresión poética que, en ocasiones, empleaban los cantores anónimos de ese mismo mundo: la agudeza, la intuición, la manera concisa cargada de misterio o de alegre ligereza, la musicalidad, el ritmo...

   En los mejores representandes de esta corriente, la poesía adquiere una expresión escueta, contenida, de formas populares sencillas [40] , breves, sobrias en la carga retórica y en los efectos fónicos y de rima, con una marcada tendencia a la repetición de estructuras análogas: paralelismos, estribillo...

   Alberti aportó a la tendencia un talante más sereno y alegre, una actitud poética afirmativa, vitalista, quizá más superficial que la de Lorca, pero de una innegable autenticidad. La añoranza del paisaje de su niñez, se traduce, una vez recobrado ese mundo, en un alborozo infantil, en una jovialidad tan esencial (aspecto menos destacado por los críticos) a estas canciones como la nostalgia de ese mismo paraíso perdido.

   Hacia 1926, con la sensación de haber agotado un ciclo ("Ya el poema breve, rítmico, de corte musical me producía cansancio. Era como un limón exprimido del todo, difícil de sacarle jugo") [41] Alberti se embarca en una nueva fase poética, marcada por la huella del poeta cordobés a la que responderían los siguientes poemarios (en este mismo año aparecen en las revistas de Madrid las primeras composiciones de Cal y canto).

 

 

            Marinero en tierra.

 

   La edición príncipe de Marinero en tierra consta de tres partes (Alberti ha modificado sensiblemente el poemario en ediciones posteriores tanto en el número de composiciones como en su orden) [42] , precedidas de un poema prologal (Sueño del marinero) en el que nos detendremos más adelante. A influencias clásicas (Garcilaso, Pedro de Espinosa, Epístola moral a Fabio...) responde el primer grupo de textos formado por trece sonetos que evocan a amigos (Juan Antonio Espinosa, Claudio de la Torre, Gregorio Prieto, Federico García Lorca), antepasados (Rosa de Alberti, Catalina de Alberti), mujeres ficticias (Rosa-fría, Malva-luna-de-yelo), o bien dibujan paisajes idealizados de tierra y mar (Santoral agreste, La batelera y el piloto). Con toda la apariencia de "ejercicios de estilo", los poemas exhiben orgullosos su carga retórica al servicio de una belleza formal distanciada de la realidad y de la vida (justo lo contrario de lo que será habitual en su trayectoria). Las imágenes ("-nieve roja- una crespa clavellina", "vidrio de tu mano"...), el léxico  ("de amaranto, corales y de luna"...), los nombres de personajes femeninos (Coral, Serpentina, Amaranta, Rosa-fría...) remiten de modo indudable al mundo renacentista y barroco de sus modelos.

   La segunda parte incluye treinta y tres canciones que muestran un balanceo emotivo entre las tierras castellanas y las de su Andalucía natal. Aunque no hay ni epígrafe ni indicación tipográfica alguna que separe este bloque del anterior, el aspecto de los poemas cambia radicalmente: las estructuras clásicas y cerradas de rima consonante son sustituidas por las formas abiertas, breves, de metro corto y asonancias distribuidas de modo caprichoso. Del ámbito de la tradición literaria culta -en los temas y en la expresión- pasamos a una poesía sencilla, mucho más próxima a la intimidad del poeta (la sensación es que ésta no aflora, aunque aún tímidamente, hasta que el escritor no ha encontrado una forma propicia): la novia de la ciudad, el paisaje de la sierra, las aves, las flores... Pocos poemas hay en este apartado que no muestren el talante emotivo del poeta ante el mundo que comunica (de ahí la abundancia de interrogaciones, exclamaciones, diminutivos, vocativos...), muchos de ellos construidos mediante diálogos ficticios -un recurso de filiación tradicional- en que se dirige a numerosos, y variados, interlocutores:

 

            "-Mi corza, buen amigo," (Mi corza)

            "-Descálzate, amante mía," (Mi amante)

            "-Señora abubilla," (¡A volar!)

            "-Cantinera, niña mía," (Trenes)

            "-Madre, ha muerto el caballero" (El aviador) 

            "-Dame tu pañuelo, hermana," (El herido)

 

   La tercera parte -sesenta y tres canciones precedidas, a modo de prólogo, por una carta de Juan Ramón Jiménez- tiene como tema único el mar de su niñez, una idea nuclear que da al bloque un carácter más unitario, cuya originalidad no está tanto en los motivos sobre los que se poetiza como en las sensaciones dominantes, desplegadas en torno a una alacridad jovial que acaba por imponerse a la nostalgia de la idea origininaria (poeta-marinero desterrado en la ciudad). A esta alegría esencial de las visiones evocadas se suma una perspectiva infantil desde la que el poeta aborda los distintos motivos del libro ("Madre, vísteme a la usanza"...), trastocando la contemplación jerarquizada y previsible de adulto, dando protagonismo a los detalles nimios e ignorando el fondo ("¡Ay mi blusa marinera; / siempre me la inflaba el viento / al divisar la escollera!" Prólogo), lanzándose por ensoñaciones del mundo de la niñez ("Branquias quisiera tener, / porque me quiero casar. / Mi novia vive en el mar / y nunca la puedo ver")...

   Refiriéndonos al poemario en su conjunto, es preciso decir que el mar es, sin duda, el tema central del que irradian los demás. En su tratamiento, sin embargo, ofrece dos modulaciones. Por una parte, es el paisaje de la niñez, el paraíso añorado e idealizado de la infancia, y, en este sentido, va ligado a la naturaleza  del litoral: esteros, bahía, playa, dunas, islas, salinas...

   Por otra, el mar es el camino para el "viaje", real y ensoñado: remadores, pescadores, almirante de navío, piloto perdido, poeta ("Zarparé, al alba, del puerto" Con él)

   Ligados a él aparecen motivos, con mucha frecuencia personificados, como el río, el viento, las nubes o el alba (tan repetida que acaba impregnando todo el poemario: "Al alba me fui, / volví con el alba").

   Un abundante número de poemas tiene como tema la novia adolescente de los días marinos (sirena, hortelana mía,...) a cuyo recuerdo regresan los textos una y otra vez (frente a la presencia, esporádica, de la novia de la ciudad: sirena del campo, "la niña rosa, sentada"):

 

                   "Solita, en las balaustradas,

                mi niña virgen del mar

                borda las velas nevadas"

                                                (Los niños)

 

   Otros motivos, minoritarios, son la amistad (F. García Lorca, G. Prieto, Claudio de la Torre), el recuerdo de mujeres del pasado (Rosa del Alberti...) o la evocación de mujeres ficticias (Rosa-fría...), los poemas sacros (Triduo a la Virgen del Carmen, La Virgen de los Milagros).

   Mención expresa merece el contraste entre los paisajes del litoral y del interior, el primero protagonizado por: naranjas, olivas, laureles, aspidistras, algas, retamas... y gran número de animales (delfín, anguila, salmón, calamar, loba de mar, foca...). En el segundo se citan: sauces, cantuesos, pinos, madroños... (mariposa, saltamontes, mariquitas, orugas, abubilla, gorrión, calandria, ruiseñor, alcaraván, corza, lobos, cochinilla, lombriz, caracol, búho, gavilán, cigüeña, tortuga, cabra...) [43]

   El carácter popular de las predilecciones del autor se refleja en los habitantes de estos mundos, serrano uno (leñador, cantinera, pescador, barquero, jardinero, aprendiz de sastre, batelero...) y marino otro (salineros, jardinera, labradora, hortelana, marinero, vaquerillo, pescador, hortelana, timonel, torrero, guardias marinas...) [44] . Las "anomalías" que pueden encontrarse en estas relaciones encuentran su explicación en las numerosísimas trasposiciones de un paisaje a otro, y así el mar  ("búcaro fino", "manto de agua salada", "bandeja azul", "grutas del pescado"...) es además "una huerta"; su extensión se presenta como "valles salinos", "huertos salados", "jardines"..., al tiempo que las llanuras o el cielo de Castilla adquieren con frecuencia una apariencia marina ("Por el mar da la tarde / van las nubes llorando / un archipiélago de sangre" Elegía)    

 

                   "A la estepa un viento sur

                convirtiéndola está en mar.

 

                   ¡Alegría,

                ya la mar está a la vista!"

 

                                                (¡Alegría!)

 

                    "¡Tan bien como yo estaría

                en una huerta del mar,

                contigo, hortelana mía!

 

                                                (Pregón submarino)

 

   El siguiente poema, primero del libro, apareció en las sucesivas reediciones, con el epígrafe: Prólogo, bajo el título, y es precisamente su naturaleza prologal lo que nos llevará a deternernos brevemente en él.

 

                SUEÑO DEL MARINERO

 

   Yo, marinero, en la ribera mía,

posada sobre un cano y dulce río

que da su brazo a un mar de Andalucía

 

   sueño en ser almirante de navío,

para partir el lomo de los mares,

al sol ardiente y a la luna fría.            

 

   ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares

islas del norte! ¡Blanca primavera,

desnuda y yerta sobre los glaciares,

 

   cuerpo de roca y alma de vidriera!

¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,

bajo el plumero azul de la palmera!

 

   Mi sueño, por el mar condecorado,

va sobre su bajel, firme, seguro,

de una verde sirena enamorado,

 

   concha del agua allá en su seno oscuro.

¡Arrójame a las ondas, marinero:

-Sirenita del mar, yo te conjuro!

 

 

  ¡Sal de tu gruta, que adorarte quiero,

sal de tu gruta, virgen sembradora,

a sembrarme en el pecho tu lucero!

 

   Ya está flotando el cuerpo de la aurora

en la bandeja azul del oceano

y la cara del cielo se colora

 

   de carmín. Deja el vidrio de tu mano

disuelto en la alba urna de mi frente,

alga de nácar, cantadora en vano

 

   bajo el verjel azul de la corriente.

¡Gélidos desposorios submarinos,

con el ángel barquero del relente

 

   y la luna del agua por padrinos!

El mar, la tierra, el aire, mi sirena,

surcaré atado a los cabellos finos

 

   y verdes de tu álgida melena.

Mis gallardetes blancos enarbola,

¡oh marinero!, ante la aurora llena

¡y ruede por el mar tu caracola!

 

 

 

 La composición es, excepto en su estructura métrica y en el procedimiento expresivo, una buena síntesis del poemario en lo referente a la actitud poética y a los motivos temáticos. Si bien no tendrán el mismo desarrollo -en el poema y en el libro-, tres franjas espaciales organizan su estructura:

            a) Un espacio presente implícito, que remite a un apartado de las composiciones del poemario (poeta/marinero en tierra: Madrid, Sierra de Guadarrama).

            b) Un espacio evocado desde la nostalgia: la ribera del mar andaluz, en las bahías de Cádiz, junto al Guadalete (primer terceto).

            c) Un espacio de ensoñación mágica que arranca del anterior (la ribera): el viaje por alta mar (de los "yelos del sur" a las "polares islas del norte", el trópico, la novia marina, etc...)

   Si el primero de ellos se concibe como un "destierro" (acabará por darle título al libro), los otros dos son territorios o senderos de libertad, por lo que, una vez recobrados por la memoria o el ensueño, impregnan el poema con un sentimiento de exaltación afirmativa, interjeccional, dichosa..., tono que, a la postre, será el dominante en el poemario.

   La condición de poema-prólogo se manifiesta asimismo en las numerosas conexiones de tipo temático entre la presente composición y otros poemas del libro que desarrollan los motivos anunciados o los repiten (conexiones similares pueden encontrarse en las preferencias cromáticas -blanco, azul, verde, rojo- o en las imágenes). Señalemos algunos:

 

"posada sobre un cano y dulce río                   "Sobre el mar que le da su brazo al río

que da su brazo a un mar de Andalucía"         de mi país..."

                                                                                                                                (Día de Coronación I)

 

"¡Arrójame a las ondas, marinero:                     "Cuando en el fondo del mar

-Sirenita del mar, yo te conjuro!                         seas sirena"

                                                                                                                                (La niña que se va al mar)

 

"sal de tu gruta, virgen sembradora"                                "en una huerta del mar,

                                                                                contigo, hortelana  mía"

                                                                                                                                (Pregón submarino)

 

"Ya está flotando el cuerpo de la aurora                                                          "...ya clarea

en la bandeja azul del oceano"                          la alba luz sobre el llanto de los mares!"

                                                                                                                                (Día de tribulación)

 

"¡Gélidos desposorios submarinos,                  "¡Novia mía, labradora

                                                                                de los huertos submarinos!"

                                                                                                                                ("Branquias quisiera tener")

 

"Mis gallardetes blancos enarbola,                  "bajo los gallardetes rosas de la diana"

¡oh marinero!, ante la aurora llena"                                                   (A Gregorio Prieto)

 



[1] Alberti, R. La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1982 (2ª ed.), pág. 34.

[2] Ibidem. Pág. 93-94.

[3] Ibidem. Págs. 114-115.

[4] Ibidem. Págs. 114-115.

[5] Versos inéditos, escritos, según recuerda el poeta, en 1920-1921. Apud. Alberti, R. Marinero en tierra, La amante, El alba del alhelí. Edición de Robert Marrast. Madrid. Castalia, 1972, pág. 264. El presente romance es, por lo demás, excelente ejemplo de una poesía "visual" marcada por la primera, y nunca del todo abandonada, vocación artística de Alberti: la pintura.

 

 

[6] Poemas 1, aparecido en Horizonte (diciembre de 1922). Incluido en la edición de Robert Marrast. Op. cit., pág. 265.

[7] Alberti, R. La arboleda perdida. Ed. cit., págs. 121-122.

[8] Ibidem. Pág. 137. En provincias Alberti sufrió, junto con otros compañeros de generación, el epígrafe de "poeta modernista", y así, el diario extremeño La Libertad (18-XI-1927) incluye un poema suyo -Amor de Miramelindo- en una "Breve antología de poesía modernista" (junto a composiciones de poetas como García Lorca, Collantes de Terán, Gerardo Diego, J. Moreno Villa, Adriano del Valle, Pedro Salinas, Mauricio Bacarisse, Dámaso Alonso, Pedro Garfias y J. Romero y Murube).

 

 

[9] Ibidem. Pág. 155. Aunque no revista una especial importancia, Alberti parece reconocer en esta cita la primacía de García Lorca en la composición de poesía neopopular. La mayor aproximación al mundo lorquiano se halla, sin duda, en las composiciones del segundo libro de El Alba del alhelí (El negro alhelí), similares en su estructura a varias composiciones de Libro de poemas:

 

TORRE DE IZNÁJAR

 

   Prisionero en esta torre,

prisionero quedaría.

 

(Cuatro ventanas al viento)

 

-¿Quién grita hacia el norte, amiga?

-El río que va revuelto.

 

(Ya tres ventanas al viento)

 

-¿Quién gime hacia el sur, amiga?

-El aire, que va revuelto.

 

(Ya dos ventanas al viento)

 

-¿Quién suspira al este, amiga?

-Tú mismo, que vienes muerto.

 

(Y ya una ventana al viento)

 

-¿Quién llora al oeste, amiga?

-Yo, que voy muerto a tu entierro.

 

¡Por nada yo en esta torre

prisionero quedaría!

 

LA BALADA DEL AGUA DEL MAR

 

   El mar

sonríe a lo lejos.

Dientes de espuma,

labios de cielo.

 

-¿Qué vendes, oh joven turbia

con los senos al aire?

 

-Vendo, señor, el agua

de los mares.

 

-¿Qué llevas, o negro joven

mezclado con tu sangre?

 

-Llevo, señor, el agua

de los mares.

 

-Esas lágrimas salobres

¿de dónde vienen, madre?

 

-Lloro, señor el agua

de los mares.

 

(...)

 

 

 

[10] Siebenmann, G. Los estilos poéticos en España desde 1900. Madrid, Gredos, 1973, pág. 270.

[11] García Lorca, F. "El cante jondo", en Prosas. Madrid, Alianza, 1978, pág. 19.

[12] "Para alegrar a mis sobrinillos, escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que yo mismo les levanté. (Una de aquéllas:

 

                   Aceitunero que estás

                vareando los olivos,

                ¿me das tres aceitunitas

                para que juegue mi niño?,

años más tarde la hizo famosa, con ligeras variantes, la compañía de bailes y cantos populares de "la Argentinita", repitiéndose por toda España como de autor anónimo)". Arboleda..., pág. 214.

[13] "el realce literario de las formas populares suele ser en el neopopularismo mayor que en el popularismo". Siebenmann, G. Op. cit., pág. 268.

 

 

[14] Arboleda..., ed. cit., pág. 217.

[15] Citaremos siempre por la edición príncipe: Alberti, R. Marinero en tierra. poesías (1924). Madrid. Biblioteca nueva, 1925. Para estos problemas textuales, cfr. la edición de Robert Marrást, Madrid, Castalia, 1972, especialmente la "Nota previa" y el "Apéndice segundo"

[16] Muchos de ellos personificados. Tanto en la elección como en el tratamiento, estos poemas  recuerdan el mundo infantil de cuentos y fábulas.

 

 

[17] Resulta interesante recordar cómo Alberti suprimió acertadamente en todas las ediciones posteriores poemas como El húsar, La Reina y el Príncipe, consciente de que rompían la uniformidad de este mundo popular, humilde y sencillo.

[18] Citamos por la edición de Alianza, Madrid, 1989.

[19] En La arboleda perdida Alberti narra detalladamente lo que en el poemario aparecen como breves "ráfagas biográficas" engarzadas en las composiciones; el sentido de éstas es, sin embargo, lo suficientemente transparente como para que renunciemos a una labor de cotejo entre los pasajes de ambas obras cuando reconstruyen el mismo episodio vivido.

[20] Cfr. La arboleda... (ed. cit., pág. 116): "También en aquel mismo año [1919] presencié mis primeras óperas. Me invitaba con frecuencia a su palco una hermosa señora italiana, mujer del arquitecto del Teatro Real, que vivía en el piso tercero de mi casa"

[21] Desde este punto de vista el libro más cercano a Retornos... e influido por él (su composición debió ser al menos en parte simultánea) es La arboleda perdida.

 

 

[22] Cfr. Ap. 1, págs 4-5.

[23] Otros rasgos formales son la preferencia por el diálogo como artificio estructural del poema o el intenso cromatismo visual en que incluso se mantienen las predilecciones: blanco, azul, verde...

 

 

[24] Sería posible citar ciertas conexiones estilísticas (en especial de imágenes referidas al mar). Las diferencias en el plano expresivo son, sin embargo, tan obvias que no insistiremos más en este aspecto.

[25] Recordemos, por contraste, las evocaciones de las novias infantiles o adolescentes de Marinero en tierra.

[26] Marinero... también poetiza sobre unos temas específicos, ausentes en Retornos...: una poesía sacra y circunstancial, evocaciones petrarquistas de mujeres ficticias o muertas...

 

 

[27] En Retornos... la noción mar-libertad genera una oposición de segundo rango, ausente en Marinero... (colegio-prisión).

 

 

[28] Alberti, R. La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1982 (2ª ed.), pág. 34.

[29] Ibidem. Pág. 93-94.

[30] Ibidem. Págs. 114-115.

[31] Ibidem. Págs. 114-115.

[32] Versos inéditos, escritos, según recuerda el poeta, en 1920-1921. Apud. Alberti, R. Marinero en tierra, La amante, El alba del alhelí. Edición de Robert Marrast. Madrid. Castalia, 1972, pág. 264. El presente romance es, por lo demás, excelente ejemplo de una poesía "visual" marcada por la primera, y nunca del todo abandonada, vocación artística de Alberti: la pintura.

[33] Poemas 1, aparecido en Horizonte (diciembre de 1922). Incluido en la edición de Robert Marrast. Op. cit., pág. 265.

[34] Alberti, R. La arboleda perdida. Ed. cit., págs. 121-122.

[35] Ibidem. Pág. 137. En provincias Alberti sufrió, junto con otros compañeros de generación, el epígrafe de "poeta modernista", y así, el diario extremeño La Libertad (18-XI-1927) incluye un poema suyo -Amor de Miramelindo- en una "Breve antología de poesía modernista" (junto a composiciones de poetas como García Lorca, Collantes de Terán, Gerardo Diego, J. Moreno Villa, Adriano del Valle, Pedro Salinas, Mauricio Bacarisse, Dámaso Alonso, Pedro Garfias y J. Romero y Murube).

[36] Ibidem. Pág. 155. Aunque no revista una especial importancia, Alberti parece reconocer en esta cita la primacía de García Lorca en la composición de poesía neopopular. La mayor aproximación al mundo lorquiano se halla, sin duda, en las composiciones del segundo libro de El Alba del alhelí (El negro alhelí), similares en su estructura a varias composiciones de Libro de poemas:

 

TORRE DE IZNÁJAR

 

   Prisionero en esta torre,

prisionero quedaría.

 

(Cuatro ventanas al viento)

 

-¿Quién grita hacia el norte, amiga?

-El río que va revuelto.

 

(Ya tres ventanas al viento)

 

-¿Quién gime hacia el sur, amiga?

-El aire, que va revuelto.

 

(Ya dos ventanas al viento)

 

-¿Quién suspira al este, amiga?

-Tú mismo, que vienes muerto.

 

(Y ya una ventana al viento)

 

-¿Quién llora al oeste, amiga?

-Yo, que voy muerto a tu entierro.

 

¡Por nada yo en esta torre

prisionero quedaría!

 

                               (El alba del alhelí)

 

LA BALADA DEL AGUA DEL MAR

 

   El mar

sonríe a lo lejos.

Dientes de espuma,

labios de cielo.

 

-¿Qué vendes, oh joven turbia

con los senos al aire?

 

-Vendo, señor, el agua

de los mares.

 

-¿Qué llevas, o negro joven

mezclado con tu sangre?

 

-Llevo, señor, el agua

de los mares.

 

-Esas lágrimas salobres

¿de dónde vienen, madre?

 

-Lloro, señor el agua

de los mares.

 

[...]

 

                         (Libro de poemas)

 

 

 

[37] Siebenmann, G. Los estilos poéticos en España desde 1900. Madrid, Gredos, 1973, pág. 270.

[38] García Lorca, F. "El cante jondo", en Prosas. Madrid, Alianza, 1978, pág. 19.

[39] "Para alegrar a mis sobrinillos, escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que yo mismo les levanté. (Una de aquéllas:

                   Aceitunero que estás

                vareando los olivos,

                ¿me das tres aceitunitas

                para que juegue mi niño?,

años más tarde la hizo famosa, con ligeras variantes, la compañía de bailes y cantos populares de "la Argentinita", repitiéndose por toda España como de autor anónimo)". Arboleda..., pág. 214.

[40] "el realce literario de las formas populares suele ser en el neopopularismo mayor que en el popularismo". Siebenmann, G. Op. cit., pág. 268.

[41] Arboleda..., ed. cit., pág. 217.

[42] Citaremos siempre por la edición príncipe: Alberti, R. Marinero en tierra. poesías (1924). Madrid. Biblioteca nueva, 1925. Para estos problemas textuales, cfr. la edición de Robert Marrást, Madrid, Castalia, 1972, especialmente la "Nota previa" y el "Apéndice segundo".

[43] Muchos de ellos personificados. Tanto en la elección como en el tratamiento, estos poemas  recuerdan el mundo infantil de cuentos y fábulas.

[44] Resulta interesante recordar cómo Alberti suprimió acertadamente en todas las ediciones posteriores poemas como El húsar, La Reina y el Príncipe, consciente de que rompían la uniformidad de este mundo popular, humilde y sencillo.



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