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RELATOS CORTOS

Esta narración de Oscar Wilde apareció publicada en la revista Reader Digest de marzo de 1973. Las ilustraciones son las originales.

 

En versión original

 

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Todas las tardes, al volver del colegio, los niños solían ir a jugar al jardín del gigante.

 

Era un amplio y hermoso jardín con un suave y verde césped. Aquí y allí brillaban sobre la hierba lindas flores como estrellas, y había doce melocotoneros que en la primavera se cubrían de delicadas flores color rosa y perla, y en otoño daban hermosos frutos. Los pájaros se posaban sobre los árboles y cantaban tan dulcemente, que los niños solían interrumpir sus juegos para escucharlos. ' ¡Qué felices somos aquí!', se decían.

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Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles' y se había quedado siete años con él, Al cabo de los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su castillo. Cuando llegó vio a los niños jugando en el jardín

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-¿Qué hacéis aquí?-exclamó con voz áspera, y los niños huyeron.

-Mi jardín, es mi jardín-dijo el gigante-; eso lo entiende cualquiera, y no dejaré que nadie más que yo juegue en él.-Así que construyó un alto muro a su alrededor y puso un cartel:

 

PROHIBIDA LA ENTRADA

SE PROCEDERÁ JUDICIALMENTE

CONTRA LOS INFRACTORES

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora sitio donde jugar. Intentaron jugar en la carretera, pero la carretera estaba muy polvorienta y llena de duras piedras, y no les gustó. Solían vagar alrededor del alto muro una vez terminadas sus lecciones, y hablar del hermoso jardín que había dentro.

-Qué felices éramos ahí-se decían.

Entonces llegó la primavera y por todo el campo había florecillas y pajaritos. Solamente en el jardín del gigante egoísta seguía siendo invierno. A los pájaros no les gustaba cantar en él, ya que no había niños, y los árboles se olvidaron de florecer. Una vez, una bella flor levantó la cabeza sobre el césped, pero al ver el cartelón se apenó tanto por los niños que se volvió nuevamente a la tierra, quedándose dormida.

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Los únicos que se alegraron fueron la nieve y la escarcha.

-La primavera se ha olvidado de este jardín-exclamaban-, así que viviremos aquí todo el año.

La nieve cubrió el césped con su gran manto blanco y la escarcha pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del norte a quedarse con ellos, y él vino. Estaba envuelto en pieles, y bramaba durante todo el día por el jardín y derribaba las caperuzas de las chimeneas. 'Este es un sitio delicioso', dijo. 'Tenemos que invitar al granizo que nos haga .la visita.' Así que llegó el granizo. Todos los días durante es horas redoblaba sobre el tejado del castillo hasta que rompió casi todas las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas rededor del jardín corriendo lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su aliento era como el hielo.

-No comprendo por qué tarda tanto la primavera en llegar -decía el gigante egoísta cuando, sentado junto a la ventamiraba su jardín blanco y frío-; espero que cambie el tiempo.

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Pero la primavera no llegó nunca ni el verano tampoco. El otoño trajo frutos dorados a todos los jardines, pero al jardín del gigante no trajo ninguno.

-Es demasiado egoísta-dijo.

Así, siempre era invierno allí, y el viento del norte, el granizo, la escarcha y la nieve danzaban en medio de los árboles.

Una mañana, el gigante estaba tumbado, despierto en la cama, cuando oyó una música encantadora. Sonaba tan dulcemente en sus oídos, que pensó que se trataría de los músicos del rey que pasaban por allí. En realidad, era solamente un jilguerillo que cantaba ante su ventana; pero como hacía tanto tiempo que no había oído a un pájaro cantar en su jardín, le pareció la música más bella del mundo. Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza, y el viento del norte de rugir, y un perfume delicioso llegó hasta él por la ventana abierta.

-Creo que al fin la primavera ha llegado-dijo el gigante, y saltó de la cama y miró hacia afuera.

¿Qué fue lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso, Por una brecha abierta en el muro habían entrado los niños y estaban sentados en las ramas de los árboles. En todos los árboles que alcanzaba a ver había un chiquillo.

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Y los árboles estaban tan contentos de recibir otra vez a los niños, que se habían cubierto de brotes y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los niños. Los pájaros revoloteaban por doquier trinando jubilosamente, y las flores, brotando entre la hierba verde, reían. Era un bello cuadro; solamente en un rincón seguía siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, que no alcanzaba las ramas del árbol y daba vueltas a su alrededor, llorando amargamente. El pobre árbol estaba aún cubierto de hielo y nieve, y el viento del norte soplaba y rugía por encima de él.

-Súbete, pequeño-dijo el árbol inclinando sus ramas todo cuanto pudo; pero el niño era demasiado pequeño.

Y el corazón del gigante se estremeció cuando miró hacia afuera.

- ¡Qué egoísta he sido! -,dijo-. Ahora sé por qué la primavera no quiso venir aquí. Pondré a ese pobre muchachito sobre la copa del árbol y luego derribaré el muro, y mi jardín será para siempre jamás el sitio de recreo de los niños.

 

Estaba verdaderamente arrepentido de lo que había hecho.

 

Así que bajó la escalera silenciosamente, abrió la puerta principal con toda suavidad, y salió al jardín. Pero cuando los niños lo vieron se asustaron tanto que huyeron todos, y el jardín se quedó otra vez como en invierno. Solamente el niño pequeñito no huyó, porque sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que no vio venir al gigante. Y el gigante se deslizó detrás de él, lo tomó suavemente en la mano y lo puso sobre el árbol. Y el árbol inmediatamente floreció y los pájaros vinieron y cantaron en el árbol, y el niñito extendió sus brazos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó. Y los otros niños, cuando vieron que el gigante ya no era malo, regresaron corriendo y la primavera volvió con ellos.

 

-Ahora es vuestro jardín, niñitos-dijo el gigante, y cogiendo un hacha muy grande echó abajo el muro. Y cuando la gente iba al mercado a mediodía, encontraron al gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que jamás vieran.

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Durante todo el día jugaron, y al caer la noche vinieron a decirle adiós al gigante.

-Pero ¿dónde está vuestro pequeño compañero?-dijo-; el muchacho que subí al árbol.-El gigante lo quería más que a ninguno porque le había besado.

-No sabemos-contestaron los niños-; se ha marchado.

-Tenéis que decirle que venga mañana sin falta--dijo el ¡gigante.-Pero los niños dijeron que no sabían dónde vivía y que nunca le habían visto antes; y el gigante se quedó muy triste.

 

Todas las tardes, al salir del colegio, venían los niños a jugar con el gigante, Pero no se vio nunca más al muchachito a quien tanto quería éste. El gigante era muy amable con todos los niños, mas anhelaba ver a su primer amiguito, y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo! -solía decir.

Pasaron los años, y el gigante envejeció mucho y fue debilitándose. Ya no podía jugar más con ellos. Así que se sentaba en un gran sillón viendo jugar a los niños y admirando su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas--decía-, pero los niños son las flores más hermosas que existen.

Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la ventana, Ya no odiaba el invierno, pues sabía que no era más que la primavera adormecida y que las flores estaban descan-

sando.

De pronto se frotó los ojos, maravillado, y miró y miró. Realmente era una visión maravillosa. En el rincón más apartado del jardín había un árbol cubierto completamente de hermosas flores blancas. Sus ramas eran doradas y colgaban de ellas frutos de plata, y bajo el árbol estaba el muchachito a quien tanto había amado.

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Por la escalera abajo se lanzó el gigante con gran alegría, y salió al jardín. Cruzó el césped velozmente y se acercó al niño. Y cuando estuvo muy cerca de él su cara enrojeció de cólera, y dijo:

-¿Quién se ha atrevido a heriros?-porque en las palmas de las manos del niño veíanse las señales de dos clavos, y las señales de dos clavos estaban en sus piececitos,

-¿Quién se ha atrevido a heriros?-gritó el gigante-. Decídmelo, para que pueda coger mi espadón y destruirlo.

-No-respondió el niño-; estas son las heridas del amor.

-¿Quién sois?--dijo el gigante, y un extraño temor le invadió, y se arrodilló ante el niñito.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

- Me dejaste jugar una vez en tu jardín; hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando los niños entraron corriendo aquella tarde encontraron al gigante tendido muerto, bajo el árbol, todo cubierto de flores blancas.

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